Francisco Vicente Aguilera Tamayo fue uno de los más humildes cubanos de todos los tiempos, quien entendió que los valores tenían que prevalecer por encima de toda fortuna; y un patriota extraordinario, capaz hasta de quedarse en las sombras por cumplir con su ideario de libertad.
Fue un hombre muy rico, con innumerables y rentables propiedades, tantas que se inventaron muchas fábulas sobre su riqueza, pero sus mayores caudales fueron creer en que el naciente pueblo cubano podía lograr su independencia y entregar todo a la Revolución: dinero, salud, bienestar.
Era un hombre con mucho prestigio y ascendencia entre sus iguales, con una pasión enorme para cumplir con su ideal independentista, una voluntad de hierro para sacrificarse por su patria y líder prominente del proceso revolucionario en Oriente, así que pudo guiar los destinos de Cuba en armas en los primeros momentos, si hubiera querido, a pesar de los aprestos guerreros de Céspedes.
QUIMERA DE LA UNIDAD POSIBLE
Aguilera carecía de ambición y le sobraba la humildad, así que, sin más ánimo que tributar a la libertad de Cuba, se convirtió en fundamental organizador de la Guerra de los Diez Años, aupando los clubes revolucionarios, consensuando posiciones, hilvanando caracteres de diferentes líderes, determinando pasos a seguir hasta el levantamiento, cuando su liderazgo se vio resquebrajado.
Cuando Céspedes rompió con todo lo que él había construido, dando el paso gigante de levantarse en armas contra el régimen español el 10 de octubre de 1968; y en otros muchos momentos, Aguilera demostró un desprendimiento enorme y su más alta estirpe unitaria y patriótica.
Ante el manifiesto acuerdo de Céspedes y sus seguidores en la Junta de El Rosario de que se levantarían el día 14 de octubre, contraviniendo lo acordado antes con Aguilera, en vez de sentirse humillado y despojado de su jefatura, obró con exquisita serenidad y digna clarividencia, enviando comisionados a los fundamentales conspiradores para que estuvieran preparados para secundar cualquier estallido, envió armas a Perucho Figueredo y salió para Cabaniguán, tierra favorita, para levantarse en armas y apoyar la Revolución, lo que aconteció de manera gloriosa.
Una cosa excelsa fue avisarle a Céspedes de los planes de aprensión, a pesar de que este había hecho trizas sus proyectos, y que ya para entonces el sector más radical, impulsado por el verbo incendiario de su amigo Carlos Manuel, estaba decidido a tomar las armas de inmediato.
Tuvo Aguilera la gran oportunidad de ser el iniciador de la gesta independentista, el indiscutido Padre de la Patria, si antes que todos hubiese realizado el primer levantamiento en Oriente, pero como casi siempre, antes y después, se resistió a lanzarse a la guerra de inmediato, y cuando lo hizo, apremiado por los hechos, fue en la misma dirección de Céspedes, para acompañarle y rendirle pleitesía, sumándose a él sin oponérsele y sí para para respaldarle en todo y reconocerlo como jefe.
Días antes, Aguilera había ratificado a los líderes independentistas que sin dinero no habría guerra y que estaba convencido de que podría ir a Estados Unidos después de vender todas sus propiedades —y si los demás hacían lo mismo de inmediato habría suficiente dinero— a comprar las armas imprescindibles y, antes de que el año terminara, presentarse en Cuba con una expedición para comenzar la guerra, razón fundamental que tuvo en cuenta Céspedes para preparar el levantamiento sin su anuencia y estar listo para la nueva gran batalla por la libertad de Cuba.
Su voluntad de conciliación se manifestó en muchos momentos, como cuando comenzó la primera gran escisión del ejército libertador entre Donato Mármol y Céspedes, después del empuje de Balmaceda y la pérdida de Bayamo en enero de 1969, donde Aguilera fue decisivo en la reunión de Tacajó, reuniendo a estos dos jefes para que limaran asperezas, lo que se logró, y defendiendo la necesidad de la lealtad a Céspedes.
Al ser por derecho propio delegado a la Asamblea de Guáimaro en abril de 1869, pudo haber reclamado su derecho a la presidencia y hubiera creado un gran problema, pero solo disfrutó de esos días, le brindó completo apoyo a Céspedes y aceptó de buena gana el cargo de secretario de Guerra, con lo que un poco se salvó su preeminencia en el proceso iniciado.
Una vez más, después de febrero de 1970, cuando la Cámara de Representantes aprobó el cargo de vicepresidente de la República y él fue investido de él, con probabilidad para enfrentarlo en algún momento a Céspedes, su lealtad al presidente fue incontestable.
Aguilera fue eje de la unidad posible y, si bien muchas veces no fue contundente defendiendo posiciones disímiles y muchas veces irreconciliables, sino que se sumó a una u otra en dependencia de las circunstancias, sí trató de consensuar y allanar el camino de la unidad.
¿INFORTUNIO O FILOSOFÍA?
Cierto que muchas veces trató de regresar a Cuba con la expedición soñada y a veces estuvo cerca de lograr al menos llegar con dignidad y con algún pertrecho, pero la verdadera causa por la que jamás dio el paso trascendental fue su pensamiento conservador en cuanto a liderar pueblos, a echarse en sus espaldas toda la responsabilidad y decidir pasar el Rubicón tantas veces como fuera necesario para alcanzar su meta o al menos para avanzar en ese camino.
Nunca llegó a entender que en la revolución es tan importante saber esperar a que las condiciones estén maduras, como iniciar todo, aunque se esté desnudo, como lo hicieron Céspedes y Martí en su momento, y por ello ocupan los más altos sitiales.
Es angustioso seguir el hilo de su correspondencia durante años, cuando se trata de la narrativa de recaudar dinero, comprar armas y avituallamiento y realizar las expediciones que lo cambiarían todo, lo que jamás logró, con lo que perdió credibilidad, solidez y prerrogativa ante el mambisado que, a la hora de su muerte, ya había cambiado de líderes; con lo cual se pudo ver entonces, en retrospectiva, la obra magnífica de Céspedes y la reserva con respecto a él, que todo lo supeditó a una promesa que debería resolverse en dos meses, cuando después no pudo lograrlo en varios años.
Del infortunio que sí se puede hablar es de la defensa del patriotismo más acabado y limpio frente a las huestes de los líderes de la inmigración, quesadistas o aldamistas, o cualquier otra posición, que pujaban con él precisamente por los intereses que defendían cada cual, en contradicción con los que él sustentaba, siempre los más elevados y nacionales de todos.
En toda su vida, pero sobre todo de manera más diáfana y contundente en la emigración, se vio al hombre de principios más sólidos, limpieza moral más acendrada, la dedicación más extraordinaria y la convicción de que todo el sacrificio era necesario por Cuba.
Hasta el último instante en que la enfermedad lo venció, aun joven, seguía pensando del mismo modo, que llegaría a Cuba con todas las provisiones necesarias; mientras ya no le quedaba ningún cargo, grado o consideración de los líderes de la revolución, pues todo se lo habían quitado para someterlo nuevamente al ostracismo político y personal.
Quedó, eso sí, el hombre magnífico que lo entregó todo, el patriota más convencido y la persona más sacrificada por la Patria.
Si hubiera mil como él, ninguna revolución se vería en peligro jamás, pero siempre hay pocos tan desinteresados. Si a ello agregamos que no fue un gran militar, ni lumbrera política, ni estadista reconocido; sino persona que perdió toda su inmensa riqueza por la Patria hasta morir en la miseria; se explica por qué a algunas personas parecieran no gustar hablar de él, ni revelarlo como ejemplo, cuando es el mayor, ni invocar su nombre como uno de los padres de la República y menos hacer lo imposible por sacarlo de su postración histórica.
Haber puesto toda si fortuna a disposición de la revolución cuando sipo que era necesario, siendo él mismo el representante más acaudalado del patriciado cubano en la parte centro oriental del país sin reclamar nada a cambio, lo ubica en el altar más alto de la Patria, que como dijo después el insuperable Martí, es ara y no pedestal.
Brillante, como siempre. He escuchado algunas cosas sobre este patriota, pero bien poco, lo que es una lástima.