No fue obra del azar que pusieran patas arriba su casa para desinfectarla de un hongo que le habría causado su enfermedad, pues estaba consciente de que la genética la marcó con la maldita dolencia, aunque su vicio incontrolable de fumar, que no dejó hasta que se despidió de la vida el 11 de enero de 1980, pudo ayudar a que su cuerpo finalmente se desmoronara.
Celia Sánchez Manduley fue una adelantada de su época al asumir muchísimas tareas propias de hombres: manejar un auto en pueblo chiquito, organizar a diversos campesinos, traficar armas, combatir en diferentes escenarios y destruir conjuras de enemigos viejos y nuevos.
Es probable que fuera la mujer más poderosa de la Revolución, no solo por estar cerca de Fidel mucho tiempo, sino porque era muy querida, respetada y admirada y sobre todo por ser la persona más leal y comprometida con el pueblo de Cuba sin importar distingos y grupos sociales, por lo que era un referente muy importante.
LOS ORÍGENES
Celia nació en doble cuna de oro, en Media Luna, pues si bien vivió con muchos privilegios, se desembarazó de la altanería e hipocresía típica de las familias acomodadas para cautivarse con los valores más acendrados, que validó siempre sin demeritarlos de ningún modo, tal vez por la elevada educación que los sustentó.
Su nombre tiene de bíblico y de premonición: Celia Esther de los Desamparados Sánchez Manduley, y las dos cosas se resolvieron al unísono siempre, pues su vocación espiritual estuvo ligada desde niña al humanismo más profundo y su lucha por la justicia es ejemplo que cualquier religión desearía tener dentro de sus vitrinas.
Parecía predestinada a hacer todo lo que hizo en la guerra y la Revolución, pues era excelente jinete, desafiante ante el peligro, devota desde muy joven del servicio a la comunidad; su patriotismo genuino y abierto, como lo muestra su ascenso al Pico Turquino para colocar allí la estatua de Martí; y hasta jugar con un bohío a escala construido por el padre en el patio de la casa.
Su sonrisa fue parte sustantiva de su personalidad y no la perdió cuando la muerte temprana de su madre, ni en las peores circunstancias; no por gusto Jorge Ricardo Masetti lo destaca por encima de lo que mostraban otras heroínas en iguales circunstancias.
Despierta y pícara era e igual diseñaba su ropa, así que vestía muy bien con lo que se ajustaba a ella, resaltando su feminidad, sin altanería, sino con todas las señales para las miradas atemporales.
Ni grosera ni imperativa, pero sí firme en lo que decía o hacía, sin miedo; enemiga de la ostentación y lo falso, y gustaba del anonimato para hacer las cosas sin advertencias de nadie.
Sabía hacer todo lo necesario en el hogar: tejía con buen gusto y cocinaba mejor desde joven; incluso un título en culinaria se sacó, por eso mientras vivió no esperó por nadie para hacerse su dulce favorito.
Los valores los enseñaba sin didactismos, pero con suave, radical e inequívoca acción: despertó a su hijastra Eugenia a las cinco de la madrugada para que tapara el pomo del café que había dejado abierto, o llamó a la puerta de un vecino, en una madrugada de guardia cederista para que cerrara el grifo del patio que botaba el agua; o regañó a un comandante por no respetar las normas de seguridad impuestas a la posta frente a su casa y la de Fidel.
De los asuntos de la peluquería, salvo raras excepciones, se encargaba ella, demostrando exquisitez en ello, con su cabello natural, sin usar tinte y con un laciado que se procuraba con sesiones de cepillos y torniquete, con los rolos tradicionales que usaba cualquier vecina; aunque en este caso iba hasta el extremo de sacarse las canas, meticulosamente, con una pinza.
Igual se arreglaba los pies y las manos por sí misma, y cuando se pintaba las uñas lo hacía con colores muy suaves, al igual que el maquillaje, que también se prodigaba, con una pintura labial casi transparente por lo tenue que era; aunque sí se depilaba el bozo, después de lo cual su piel era totalmente blanquísima.
Era esa persona que se desprendía fácilmente de miedos, preocupaciones, iras o exabruptos momentáneos, convirtiendo esa energía negativa en positiva, a través de diferentes actividades de relajación que le funcionaban muy bien.
La meca de su sencillez se hallaba en su vestir: usaba telas y modelos sencillos y sus alpargatas, cómodas y funcionales de sacos de harina; rechazaba todos los lujos y defendía vestirse con humilde elegancia, lo que consideraba un deber.
LA GUERRILLERA
Me impresiona que se sentara al borde del asiento, en eventos o reuniones, como si quisiera absorber todo lo que pasaba, y su espalda recta, inconmovible, era un rito temido en derredor, pues nadie se atrevía entonces a relajarse o adormecerse.
Muchas veces recordaba con combatientes lo maravilloso que era compartir una lata de leche condensada entre varios de ellos en la Sierra, criticando a ministros y funcionarios insensibles con la gente, por no recogerla en sus carros con chofer propio.
No sé cómo se inició todo, pero antes y sobre todo después de quedarse definitivamente en la Sierra en octubre de 1957, se convirtió en la mejor narradora de la Revolución, al anotar todo lo que pasaba, cada indicación, orden, misión, conversación e igual conservando cuanto papel caía en sus manos, convirtiéndose en la historiadora por antonomasia del movimiento guerrillero en Cuba
Fue coordinadora esencial para el recibimiento de los expedicionarios del Granma, creando fuertes vínculos con el campesinado de la sierra que rindió excelentes frutos, y parte fundamental del movimiento clandestino, de la red de abastecimiento de la guerrilla y de la organización de esta, velando hasta por las cosas que nadie atendía, como las íntimas de las mujeres combatientes, los zapatos y otras necesidades.
En la sierra fue la más cercana colaboradora de Fidel —y después en la Revolución mucho más—, no solo como su asistente personal, sino como asesora, analista de información y hacedora de todo lo que viabilizara el desarrollo del proceso revolucionario en esas circunstancias.
Mérito extraordinario suyo fue nunca separarse del pueblo, de sus reclamos, súplicas, mandatos y exigencias; presta para cualquier asistencia no solo a los familiares de los combatientes caídos, sino a cualquier necesidad que se le informara. Era la persona en la que el pueblo tenía plena confianza como para entregarle papelitos en cualquier lugar y ocasión, imponiéndola de algún problema u obstáculo para resolverlos.
De todos los héroes que conozco, Celia es la que más encarna el compromiso con los valores primigenios de la Revolución, la vocación más humanista con los desposeídos, la solidaridad más auténtica y el desinterés, la honradez y la limpieza moral más puros.
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