Complicidad moldeada con amor y arte

Desde el 2019, Félix Madrigal y Xiomara Sotuyo se consolidan no solo como pareja, sino como artistas

El taller resulta el espacio idóneo para el encuentro de la pareja más allá del arte creativo. (Fotos: Oscar Alfonso/Escambray).

A un lado del torno descansa una montaña mediana de arcilla. Del otro, palillos y demás instrumentos también esperan. Uno, dos fragmentos como mordidas se arrancan con destreza del bulto de color carmelita oscuro. Caen como piedras sobre el plato que da vueltas. Poco a poco, el hosco material toma vida. Cuatro manos lo acarician, lo hacen crecer, hablar… Es un acto que traspasa la creación por cobijarse por el moldeado de la complicidad.

“Él me inspira ternura —dice Xiomara Sotuyo y vuelve a tropezar de frente con la mirada de Félix Madrigal—. Y eso mismo me sucede con el barro. Por eso, tengo el complemento perfecto dentro del taller. Si no se está a gusto, no hay nada, no existe nada, no se es capaz de crear y siempre hay que tener una motivación”.

La pasión la descubrió casi en el momento mismo que aceptó compartir sus días junto al reconocido ceramista y escultor, padre de muchas creaciones dentro y fuera de los perímetros nacionales. Tanto así, que el taller en el propio hogar, ubicado al norte de la ciudad del Yayabo, se convirtió de inmediato en el lugar idóneo para cocer el amor.

Ambos artistas son herederos de técnicas milenarias para crear.

“Sucedió en el año 2019. Nos fuimos a un evento a la Isla de la Juventud y allá hice ocarinas, pequeños instrumentos de viento. Eso fue lo primero que nació de mis manos. Después, llegamos a Las Tunas, donde él trabajó una estatua. Toqué el barro y ya no hubo marcha atrás, me enamoró.

“Es una sensación indescriptible. Es lo que explica que cuando entro al taller y le doy la forma que quiero a la arcilla no puedo parar. A veces nos miramos y le digo: Adelanta tú, para que haga otras cosas y así gano tiempo en la creación”.

Mientras la escucha, Félix Madrigal deja escapar por encima de los dos abultados vidrios que resguardan sus ojos un brillo que encandila. Sin pretenderlo, se convirtió en un maestro que jamás abandona la severidad.

“No pienso en la Xiomara que se entretiene con la arcilla dentro de un taller. Pienso siempre en la Xiomara artista. Por ejemplo, hay distintos procesos y, desde el principio, le he exigido que sea capaz de levantar a mano la pieza por los métodos tradicionales. Y ya lo logra con todo el rigor técnico, pero lleva un tiempo. Siempre digo que en el arte lo que vale es el resultado, por ello si hay forma de agilizar el camino que nos lleva al final, le ayudo en esa acción inicial. Se conoce que Amelia Peláez recibía el soporte porque lo que viene después es lo que obliga a sacar fuera el talento artístico.

“También, me le acerco y le digo lo que me sugiere la pieza. Incluso, cuando se siente trabada, me acerco y lo hago como considero. Pero luego lo arranco para que ella cree. Al principio me ponía carita —y deja escapar una sonrisa—, pero es que la obra tiene que nacer de uno. Si lo hago no es de ella. En ese sentido, la he formado”.

Xiomara Sotuyo agradece el rigor de cada lección. Ha seguido los consejos al pie de la letra. Allí han aprendido, más que a moldear la arcilla, a conocerse, a entenderse en silencio, a limar tensiones…

“Confieso que aún hoy él me pone nerviosa. Cuando me da muchas vueltas, disimulo, camino para un lado u otro del taller y luego retomo la creación. Él es muy exquisito, tiene el rigor de la academia. Yo no. Soy formada por él. Realmente, ha sido un lujo, imagínate, un profesor para mí solita; pero sí me exige mucho, es muy fuerte”.

Félix vuelve a dejar escapar otra carcajada. Se confiesa un fiel admirador de la mujer que se crece junto a él no solo en el torno, sino en la vida toda.

“Se roba todos mis amigos. Enseguida la solicitan a ella y no a mí. Las herramientas del taller pasaron a ser de su propiedad. Incluso, tengo que venir y decir: ¿Me puedes prestar un palillo? Se ha apoderado de todo, pero a mí eso solo me da placer”.

El pasado enero se fijó como un mes especial en el almanaque de esta pareja espirituana. Salieron de la zona de confort del taller y a cuatro manos visibilizaron públicamente sus talentos en la Biblioteca Provincial Rubén Martínez Villena. Complicidad se convirtió en la primera exposición bajo las firmas de Félix Madrigal y Xiomara Sotuyo.

“Después de hacer una curadoría en el taller —rememora ella—, nos dimos cuenta de que teníamos unas cuantas piezas aptas para llevarlas hasta allí. Félix enseguida lo propuso como regalo a mi cumpleaños. Fue el mejor, realmente”.

Y entre sus tantos valores, los públicos que dialogan con las piezas tropiezan de frente con técnicas ancestrales como el rakut, el bruñido y el pitfaire.

“Volver a esa herencia milenaria nos ha posibilitado crear, sin importar las tantas horas de apagón porque todo es a mano. Además, nos permiten obtener una belleza extraordinaria en cada pieza”.

Tal particularidad es ovacionada por quienes descubren el arte que se cuece en el pequeño taller del hogar de Félix y Xiomara. Ahí el tiempo transcurre mucho más lento cuando el torno gira en ritmo con las manos, los mejores moldes de la arcilla.

“Tengo muchas más razones para crear: mi hijo y mis nietos. Pero Félix es una persona muy presente en mi vida. Además de que me hace crecer como profesional, me siento realizada como mujer y en el amor soy bien querida. Nos entendemos muy bien. Ya nosotros llegamos a la complicidad, tenemos mucha empatía. Solo de mirarnos sabemos lo que queremos y ello es algo propio del matrimonio, de la receta para ser feliz. Esa la tenemos. Dentro de ese taller hay de todo un poquito”.

Cada frase es seguida por la mirada de Félix, quien no deja terminar el diálogo sin volver al oportuno elogio.

“Atiende la casa, a los dos ancianos que nos acompañan y, muchas veces, el tiempo casi no le alcanza. Por eso, en ocasiones, sobre todo con las piezas pequeñas, se las lleva a la cocina y entre la candela y el caldero, las trabaja. Lo mismo sucede en la sala o en el cuarto frente a la televisión. No se detiene en la creación.  Es una persona incansable y no es de ahora, ha creado un hábito; y eso lo demuestra por su vocación artística”.

Lisandra Gómez Guerra

Texto de Lisandra Gómez Guerra
Doctora en Ciencias de la Comunicación. Reportera de Radio Sancti Spíritus y corresponsal del periódico Juventud Rebelde. Especializada en temas culturales.

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