Cuando la tierra cubana tembló

El 11 de abril de 1895 José Martí y Máximo Gómez desembarcaron por Playita de Cajobabo, en la costa sur de la actual provincia de Guantánamo

El sitio exacto del desembarco ha sido venerado por varias generaciones de cubanos. (Foto: Lorenzo Crespo/ Periódico Venceremos)

El manto que acoge aquella noche tenebrosa parece traicionero, más por el desasosiego de seis guerreros fuera de su hábitat que por la oscuridad y la regia lluvia; pero estos hombres inexpertos en cosas del mar no gimen de angustia, sino que, con la idea fija de llegar al punto que suponen sea tierra firme, dirigen el bote que se tambalea por el oleaje provocado por el Nordstrand, el barco frutero que los ha traído hasta la bravía costa sur de Oriente.

Se parte el timón que mantenía Gómez, así que todos tratan de controlar la embarcación en el rumbo fijado, sin referencia alguna, pero a la primera vista, marcando el punto oscuro entre dos luminosidades a lo lejos, se lanzan en esa dirección, porque es mejor toparse con los españoles a que el mar los ahogue.

Martí rema en la proa, seguido de César Salas; en el medio, Ángel Guerra y Marcos del Rosario y, al final, Francisco Borrero y Máximo Gómez que cierra; reman con ímpetu, agitados, apretando con furia la tabla propulsora para arrancar metros al agua y la naturaleza los premia, cuando sale la luna roja y pueden ver la línea de la tierra, lo que acrecienta la pasión por impulsar más el bote, casi para chocarlo contra el pedrusco afilado, por allí no se puede; al lado la Playita, que los invita a su aposento.

No pierden tiempo, descargan todo rápido, Martí el último; y se echan a los hombros la enorme carga. Era el 11 de abril de 1895, pero el viaje que traería al Apóstol y al más brillante de todos los militares que ha tenido Cuba duró varios días.

DOS DECISIONES TRASCENDENTALES

El 26 de febrero supo Martí que la Revolución se había iniciado. “Parece mentira”, decía impresionado de que su obra maestra echara a andar y, lleno de jolgorio, solo quería estar en Cuba junto a quienes ya guerreaban para ser fiel a su propio credo.

Solo él en esa hora crítica, donde los principales jefes no estaban en Cuba, con su prestigio acrecentado después de La Fernandina, con su moral inmaculada, su compromiso con la Patria y su enorme poder de convencimiento, podía lograr que la emigración siguiera aportando los recursos suficientes para que la guerra se hiciera como la había pensado; y, aunque fuera el líder, también era soldado, por lo que, aun cuando estaba tan cerca de Cuba que casi la podía ver, acató lo decidido sobre todo por Gómez, máximo jefe militar, de que volviera a Estados Unidos, hasta que vio el suelto de un periódico local que reproducía la noticia del The New York Herald que aseguraba que él y Gómez estaban ya en Cuba.

Como un niño agitado entró en la habitación de Gómez para decirle que sería muy imprudente no ir a su tierra amada cuando su presencia allí había entusiasmado a todos. Y vino. Quedaba otro asunto peliagudo y como líder decidió: a Maceo le ordenó salir de Costa Rica en una cáscara o en un leviatán —“porque el patriotismo no se deja vencer por la pobreza”— poniendo a Flor Crombet, enemistado con aquel, al frente de la expedición y, aun cuando lo hizo en carta que debería estudiarse para aprender cómo se ordenan las cosas más difíciles, pero sin herir, sacó en Maceo todas las ronchas posibles.  Fueron dos trascendentes decisiones que trajeron consecuencias tremendas; pero las tomó, que es lo importante: Martí hizo lo que se espera de un líder en circunstancias extremas: decidir, ordenar, organizar y actuar. 

EN MONTECRISTO FUNDÓ

Obligado por la salida hacia Cuba, que finalmente no sucede el 25 de marzo de 1895, Martí escribe varios textos que tienen una extraordinaria relevancia: fundó principios raigales, programas revolucionarios e ideales que aupaban paradigmas de futuro, como los escritos a sus seres queridos, donde deja claro que no se despide de la vida, sino que va al peligro de la guerra, donde cualquier cosa puede suceder.  

A todos expuso su cuota de verdad desnuda, no para justificarse, sino para que entendieran su destino o para enseñar su lección mayor; a su madre queridísima, quien nunca comprendió su lucha y legado de Cristo redentor, le decía: “(…) yo sin cesar pienso en Ud.”, “¿por qué nací de Ud. con una vida que ama el sacrificio?”; y a su ahijada María Mantilla le endosó una prueba de que luchaba para vivir de ese París, que veremos un día juntos”.

Sigue imponiendo su idea de la vida vs. el peligro,apostillando a Gonzalo y Benjamín: “No flaquearé por ningún exceso, ni por el de la aspiración, fatal al deber, ni por el de condescendencia. (…). Voy con la justicia”, para resumir su proyecto revolucionario a Federico H. C. “Para mí la patria, no será nunca triunfo, sino agonía y deber”; para cerrar, con el extraordinario programa de la revolución, el Manifiesto de Montecristi, que Gómez firmó sin leerlo, pues confiaba totalmente en el líder indiscutido de la Revolución, donde deja claro que esta guerra es continuación de la del 68, liberadora, pero no contra el español, ni con tintes racistas; que habrá un gobierno que represente a Cuba, mas no entorpezca el desarrollo de la guerra y que los cubanos están preparados para gobernar por sí mismos una república independiente y soberana.

LA ODISEA PARA LLEGAR

Si nada había sido fácil hasta ese minuto, ahora, cuando llegar a Cuba era imperativo, pues sin ellos y Maceo no habría Revolución, lo vivido fue en extremo difícil, no solo porque las autoridades españolas estaban sobreaviso y habían desatado una gran persecución en todos los territorios donde pudiera estar Martí, sino por la falta de dineros, el miedo de los marineros ante el peligro, la traición cobarde o por los varios momentos en que por casualidad los expedicionarios no fueron descubiertos, detenidos o muertos.

Martí “quema las naves” al comprar una goleta en Montecristi, pero en el último momento los marineros renuncian por temor, cuando ya se daba por seguro el viaje, después vuelve a hacer otra operación de estas, por demás pagando muy bien a su capitán, para que los lleve hasta Cuba pasando por la isla Inagua, en las Bahamas, pero allí parte de la tripulación desertó y el capitán vaciló, sin conseguir hombres para seguir la empresa; brillando Martí dos veces también en lo común: con diplomacia exquisita convenció a los funcionarios para que no registraran minuciosamente la embarcación y dejaran pasar los revólveres como efectos personales, y cuando con firmeza recuperó el dinero pagado por la embarcación.

Manos amigas intercedieron para que el vapor alemán Nordstrand, que hacía elrecorrido inverso, los llevara casi clandestinos, y en peligro constante fueron hasta Cabo Haitiano, donde se quedaron con muchas reservas, para volver después hasta Gran Inagua, donde prepararon el bote que habían comprado antes, y volviendo, a unas pocas millas de la costa sur de Oriente fueron despachados para que llegaran por sí mismos a su destino extraordinario.

Había alcanzado Martí su plena naturaleza y Gómez, ocupar su lugar en la tierra que temblaba de goce.

Guillermo Luna Castro*

Texto de Guillermo Luna Castro*

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