Más de 50 kilómetros separan a la comunidad de Cristales, en Jatibonico, de la ciudad cabecera provincial, distancia que tres veces por semana recorre uno de los carros vinculados a la Agencia de Taxis de Sancti Spíritus para ir en busca de David Alfonso Hernández, un paciente del servicio de Hemodiálisis del Hospital General Provincial Camilo Cienfuegos.
Desde su terruño, al que se llega por caminos polvorientos, sale cada lunes, miércoles y viernes en un viaje de ida y regreso, sin costo alguno, para recibir el tratamiento que por siete años le ha proporcionado una mejor calidad de vida. Junto a él, cual apoyo imprescindible, está Alba García Serrano, la asistente social que el Estado designó para que lo atendiera en estos recorridos, incluso en algunos menesteres de la casa.
“Vivimos a mucha distancia de la ciudad cabecera provincial, por lo que resulta indispensable salir bien de madrugada para entrar en los primeros turnos a recibir el tratamiento”, aclara el paciente de 37 años. Esa rutina se repite cada semana, cada mes, solo que cuando el vial de acceso a la comunidad se pone malo, a causa de las lluvias y los baches que se forman en varios tramos, resulta más difícil salir o entrar en un carro ligero, entonces los taxistas hacen un recorrido mucho más largo, pero nunca fallan.
“No es lo mismo salir por Trilladera —dice Daniel—, a unos 6 kilómetros de nuestra comunidad, que hacerlo por El Guayo, un sitio que está después de los límites con Ciego de Ávila, por eso valoro mucho lo que hacen por los pacientes como yo”.
A David lo aquejan otros males; la diabetes, por ejemplo, ya le cobró una de sus piernas, además de padecer de hipertensión arterial, pero él siente la necesidad de reiterar su agradecimiento por este servicio de transportación gratuita y, además, por las esmeradas atenciones que le ofrecen en la sala de Hemodiálisis y Nefrología del propio hospital.
“Cuando supe que entraría en este programa se me vino el mundo encima caí en una crisis tremenda, estuve grave varios días hasta que me fui recuperando y así me mantengo, aunque no exento de riesgos, porque a veces hago hipoglicemias y, como estoy a tantos kilómetros del hospital, me preocupo de que el carro no pueda llegar a buscarme a tiempo, sobre todo en primavera, pero aquí estoy vivo y con deseos de ser útil.
“Es cierto que estoy limitado, pero no me siento en mi casa a esperar que las cosas caigan del cielo. Luego del fallecimiento de mi mamá, hace unos dos años, vivo con una tía ya mayor que me apoya y me cuida, por eso trato de no ser una carga, entonces busco alternativas para no sentirme más impedido de lo que estoy; esa es la razón por la que siembro frijoles, maíz y algún que otro cultivo en un pedacito de tierra que me ayuda para el sustento de la casa”, aclara.
Cuando regresa del tratamiento, lo invade el ansia de aprovechar las horas. Desde que el taxi lo deja en su propio hogar, hace alguna que otra llamada telefónica, a cualquier amistad que lo ayuda en sus menesteres y sale de inmediato a dar una vuelta al cultivo, lo que, según él, lo hace sentir útil y le levanta el ánimo.
“Ahora estoy mejor porque mi papá, que vive en Fomento, me ayudó con una motorina pequeña y fácil de manejar, así puedo andar por todo el batey de Cristales y un poquito más allá, hasta que me llega de nuevo el momento de ir a recibir la hemodiálisis y regresar al terruño para aprovechar las horas de vida”, sentencia David.
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