La oscuridad impera afuera, la mañana se anuncia. ¡El paaan!, vocifera un vendedor que va con una caja en las manos. Su pregón por momentos se alterna con el de un segundo caminante, que empuja un triciclo. ¡El pan suave!, grita uno; ¡el pan duro!, insiste el otro. Y la breve controversia se aleja calle arriba, calle abajo.
A viva voz gritan estos vendedores que no son, como se presentan, panaderos. Pocos salen a comprar a esa hora. No todos —no muchos— tienen los 120 o los 130 pesos para darse el gusto. O el disgusto, porque el alimento se vuelve nada y alcanza apenas para el desayuno de uno o de dos.
Cuenta Mireida Martín Quintero, la vecina fundadora de la Asamblea Municipal del Poder Popular, recientemente jubilada, que alguna vez un presidente de gobierno prohibió ese tipo de ruidos barriales, sobre todo en las madrugadas. Lo decretó, se veló por ello y se acabaron. Porque si se vendiera solo pan no sería un gran problema, pero se vende de todo y a veces en tal forma que parece más competencia de malos modales que servicio de utilidad.
Lo malo con el pan es que, siendo históricamente el producto más seguro de la cuota familiar normada en Cuba, desde hace tiempo se ha vuelto inestable. Lo mismo hay que no hay, aunque en esa propia panadería vendan pan liberado, también a un precio que quien llega allí en busca de su mínima bolita, maltrecha la mayoría de las veces y único alimento “asegurado” para el amanecer, a veces no puede pagar. Entonces no se entiende que no haya harina para esa cuota en peligro de desaparición, por más que te hablen de nuevas formas de gestión y de nuevos actores económicos, y de bloqueo y de barcos varados en el muelle con la harina o el trigo que no es posible pagar de inmediato. No se comen explicaciones, pero tal realidad suele olvidarse con demasiada frecuencia.
Ojalá apareciera alguien que implementara la medida de la que habla Mireida, y otras igual de efectivas. Habría, quizás, un mínimo de orden en los barrios, y no solo allí. En los vecindarios existe una venduta casi en cada vivienda, y cada media hora pasa un vendedor proponiendo hasta lo impensable.
Son tiempos duros. Parecidos a los del período especial, pero no para todos. Entonces nadie tenía de nada y en cada hogar se precisaba inventar para sobrevivir. Ahora mucha gente inventa, o ya no tiene qué inventar, en tanto otros continúan como si nada, porque acumularon bienes de alguna forma o porque reciben financiamiento sistemático, de “afuera”, donde muchos incautos creen que se vive siempre inobjetablemente mejor. Y a veces esos que tienen más se encierran en su bienestar y aprovechan para vender a precios astronómicos lo que tienen en excedente.
Después de la pandemia, la economía, coja siempre, está más en crisis. Si alguna vez parecieron imposibles ciertas realidades, hoy están, dolorosamente, a la vista de todos. Entre las peores, personas pidiendo comida o dinero en las calles, durmiendo en bancos, parques; gente enferma sin los fármacos que necesita, mientras otros comercializan los medicamentos; familias sin recursos para disponer del alimento diario, por falta de ese en sí o del medio de cocción ante la ausencia de servicio eléctrico.
Ah, ¡el servicio eléctrico!, cuyos cortes, provocados por el permanente déficit de generación y la falta de combustible, es ahora mismo una especie de marca de país. La gente se levanta más pendiente del apagón que de cualquier otra cosa. Y no puede ser diferente cuando se cuenta, como regla, con dos horas de corriente en el día y luego, si acaso, otras dos en la noche.
La gente ahora no se mueve o se muda de una dirección a otra, sino de un circuito a otro. A veces se dificulta recordar si a determinada hora la corriente vino o se fue. Hay quienes un día de fiesta, ante la demora del apagón o ante más “alumbrón” del acostumbrado, perciben un sentimiento de culpa, una zozobra que los hace querer, por momentos, suprimir el servicio e igualarse a los demás. Es un fenómeno sicológico del que deben de estar exentos los habitantes de la capital cubana, donde los apagones resultan muchísimo menos agobiantes.
Esta de adentro, de “provincia” (jamás podré entender o asimilar tal frase despectiva) es la verdadera Cuba. El sueño se redujo, a veces con serias consecuencias; el rendimiento docente y las producciones mermaron, los días se volvieron más tensos, los ánimos decayeron. La gente afronta la vida como un reto, una batalla, un combate que es preciso ganar. Y se ayuda como puede, aunque bien se sabe que siempre hay quien se concentra en lo suyo, y nada más.
La gente ha creado grupos de ayuda en la vida real y en la digital, algo hermoso de lo que se habla insuficientemente. Hay quien ha podido salir, gracias a esas personas y grupos, de situaciones extremadamente agobiantes. No todos están signados por la buena intención, a algunos los mueve la búsqueda de protagonismo o de algún beneficio.
Desde hace un tiempo son más los que mueren que el número de niños cuyos nacimientos se registran. Desde hace un tiempo la emigración se convirtió en la alternativa de sobrevivencia para miles de cubanos, mayoritariamente jóvenes. Fuerza de trabajo que se va. Familias que se dividen y separan.
Es duro constatar realidades así de tristes. La esperanza es que habrá mejoría más tarde o más temprano. Porque en medio de todo este caos hay gente haciendo lo suyo, y haciéndolo bien. Gente que sabe lo que defiende, lo que está en juego. Y esos también cuentan, aunque sus aportes se vean menos entre tantas fallas en la actividad socioeconómica del país, sobre todo la económica.
A veces parece que la insularidad nos condenó al aislamiento, porque, aunque uno sabe que hay muchísimas naciones solidarias con Cuba, la falta de fronteras obliga al traslado por aire o por mar de todo cuanto se necesita. Y eso, además de obstruir la solidaridad, facilita el trabajo de la potencia del norte, que recurre hasta a la extorsión para evitar que nos lleguen insumos vitales. Si en medio de los peores momentos de la pandemia del coronavirus le negaron a la nación el oxígeno para los enfermos de las terapias intensivas, ¿qué otra cosa no serán capaces de hacer para asfixiar al cubano y obligarlo a renegar de su tierra y de su realidad?
La otra razón del punto donde nos encontramos la conocemos todos: somos ineficientes, y en el empeño de cuidarnos de ese mismo enemigo, dejamos de hablar durante mucho tiempo de nuestras deficiencias, que se fueron acrecentando hasta volverse crónicas. Y ninguna medida ha podido detener la espiral de indisciplinas laborales y sociales; los desvíos de recursos, el burocratismo, la impunidad ante violaciones que deberían ser, cuando menos, detenidas, al cortarles las alas a sus comisores y atacar sus causas.
La Internet se encarga de lo demás, porque lo que no sucede se inventa, y así es mejor tener a la gente no solo todo lo descontenta que se necesita, sino, además, indignada; por eso se apela a los resortes sentimentales. Ya hay demasiados ejemplos de naciones donde se produjeron, de manera totalmente inducida, las llamadas revoluciones de colores.
Es la misma Internet que demandó el entonces presidente Barack Obama para Cuba cuando vino a visitarla y cuando también aprovechó para instar a su pueblo a olvidar la historia. La misma en las que muchos creen más que en la realidad que los rodea, la misma red atractiva y absorbente que hace a muchos tropezar o accidentarse en la calle, porque las pantallas del teléfono móvil son lo máximo.
Cae la noche y no pocos fogones continúan apagados. Muchos otros se encienden a base de carbón o de leña, que, al igual que los reverberos, se instalaron nuevamente en las cocinas o los patios, con sus dosis de sacrificio para hacerlos andar. Los pregones se escuchan incluso a esa hora y el estupor asoma a los ojos ante los precios cambiantes cada día.
¡El paaan!, se oye afuera, ya al amanecer, poco antes de que alguien, desde su puerta, informe el grupo al que corresponde la entrega de la leche que se venderá hoy. Si hay leche. Si llegó a tiempo. En todo caso, leche mayormente “bautizada”.
Y la voz del vendedor se aleja, repitiendo el pregón. Esta vez agrega un dato que suena descorazonador. “No hay pan en la panadería”, sentencia, con voz también muy alta. En su afán por vender no calcula la crueldad en su estrategia de marketing.
Muy valiente y real su publicación en tiempos en los cuales el que puede tiene y el que no se»jodió» y ello ante la mirada indiferente de muchos ,incluidos dirigentes , eso en el periodo especial no fue asi . La respecto y felicito.
Muchas gracias por su opinión.
El pregón de la panadería de meneses sería un poco ocurrente:
«Vendo pancito de la panadería de meneses» …
Aunque parezca ridículo el pan que debía de ser de 80 grs que nunca llegó a ese gramaje y que por decreto paso a ser de 60 grs que nunca trae ese peso está bien maltrecho enka panadería de meneses ,municipio de yaguajay…
Muy interesante esa publicación pero:
¿Como se resuelve que haya pan en las panaderías (algo más grandes y con mejor calidad) para que las personas no tengan que comprar ese a 120 y 130?
Para nadie es un secreto que la leche viene bautizada ¿Por qué esto no se acaba de resolver?
¿Por que se permite que los panaderos se roben los ingredientes del Pan y se las vendan a otros o lo usen?
Considero que el problema no es eliminar esos panaderos ambulantes, el problema es eliminar a los que causan estos problemas que todos conocemos y como siempre siguen adelante y cuando paran es por 1 semana o 2.
Me ha gustado mucha su publicación porque habla sobre los problemas que todos conocemos y creo que es momento de que el Gobierno los resuelva.
Vivo en La Habana y te aseguro que cada noche me siento culpable porque todos los días me acuesto con electricidad y me levanto con electricidad sabiendo que mi familia no tiene ninguna.
mis felicitaciones a la periodista, ha retratado muy bien la vida del cubano en su lucha diaria,
Muchas gracias.