Nadie espere una entrevista imparcial. No escondo mi admiración. Creo —y no pienso discutirlo con nadie— que Elsa Ramos Ramírez es la periodista más valiente de Cuba, aunque ni siquiera ella misma me perdone el juicio absoluto.
Cuatro décadas atrás, echó su suerte por una profesión que le ha provocado en igual medida sinsabores y recompensas. Con una maleta bajo el brazo, salió por primera vez de los límites de Caracusey para llegar a la Universidad de Oriente y tropezar con el primero de los avatares de su carrera: la prueba de aptitud, requerida para cursar la licenciatura en Periodismo, ya era historia y ella estaba fuera de la matrícula.
Pero, persistente como es, insistió y conquistó otra posibilidad, que la puso de frente a Rafael Lechuga, una institución en ese oficio. “Desaprobé aquella prueba, entre el nerviosismo y el desconocimiento que tenía. De hecho, creo que de 10 preguntas respondí dos y llorando. Entonces me dijo que yo no sabía nada, que estaba perdida”.
Tal vez por sus lágrimas; quizá por la determinación en sus ojos, el profesor le concedió una segunda oportunidad.
—Espero que por lo menos sepas escribir, la retó.
“Escribí tres párrafos y me esmeré. Él lo leyó y creo que le impacté porque me dijo: ‘Bueno, al menos sabes escribir. Te voy a aprobar a ver si un día eres una periodista mediocre’”.
¿No pensaste en arrepentirte y volver?
“Sí, me arratoné, porque yo era una guajira y Santiago me asustó, es una ciudad muy grande, con mucho calor, no conocía a nadie, mis inicios no fueron buenos y me pasé más de un mes con la maleta sin deshacer. Yo decía: me voy.
“¿Qué me hizo quedarme? Te digo, primero, porque la carrera cuando ya comencé a ir al aula, a las clases, me gustó; empecé a conocer a los compañeros de mi aula y eran un buen colectivo. Pero, sobre todo, porque pensaba que si regresaba a Caracusey mi abuela me iba a poner a trabajar. Yo decía: si viro me van a poner a cocinar harina, a rayar maíz, a lavar ropa de 14 personas en una batea, a planchar ropa de 14 personas, a buscar mandados, a cargar agua de un río en dos latas de aceite… Y me quedé en Santiago”.
La historia, que ahora suma 35 años de ejercicio profesional en aguas turbulentas, donde siempre ha logrado salir a flote, apenas comenzaba.

UNA PERIODISTA MULTIMEDIAL
Mientras se acomoda en la butaca del salón de Escambray, aclara que el deslumbramiento no ocurrió ni por asomo en la prensa escrita, a donde llegó en el peor momento de su vida y a la que debe ahora su quinto Premio Nacional de Periodismo Juan Gualberto Gómez.
“Me ubicaron en la radio, el periodismo radial fue el primer mundo que descubrí y al que llegué con muchos temores, porque le tenía miedo al micrófono, pero me gustó el modo de hacer periodismo porque tenía que ver con mi carácter. Yo soy así, dinámica, intempestiva. La radio te obliga a hacer muchas cosas en poco tiempo, a andar rápido y ahí se me quedó que camino muy apurada, las personas en la calle me lo dicen, yo creo que es por eso”.
Y así sigue desde entonces, a mil, con la cartera bajo el brazo, a pie por cada rincón de una ciudad que muy pronto comenzó a conocerla y con la que ha compartido lo mismo dolores que alegrías.
“Me gusta mucho la radio y le he sido fiel; la radio me acogió, me ha mimado, me ha malcriado, me ha soportado, y eso tengo que reconocerlo”.
Pero te escapaste para Escambray y para Centrovisión…
“Son los mismos compañeros y yo, a pesar de que muchos dicen que soy de carácter fuerte —que realmente lo tengo—, me llevo bien con la gente. A algunos les digo cosas duras y a veces han llorado con lo que les digo, pero soy sincera, así he sido siempre.
“Me he sentido cómoda en el colectivo de Escambray tanto como en el de la radio y con los compañeros de Centrovisión, con los cuales también he trabajado. Tengo una buena relación con la gente del gremio y eso me ha ayudado a desenvolverme en todos los medios”.

LA VOZ DE LA GENTE
Si lo dice Elsa Ramos, la gente le pone el cuño. Ha sido una suerte de delegada sin título a la que muchos acuden.
¿No te presiona que las personas se creen la expectativa de que les puedes resolver sus problemas?
“Me ha presionado y me ha desvelado durante 35 años; a pesar de que yo les digo que al periodismo no le toca resolver los problemas, sino compulsar su solución. No es la misión del periodismo ni le creo esa falsa expectativa a nadie, pero eso es lo que espera la gente”.
Y lo ha logrado con su verbo encendido, con su insistencia, con su afán impenitente de justicia. Lo saben la mujer de Guasimal a la que le permitió recuperar los documentos extraviados de su casa; el deportista al que ayudó a conquistar un hogar; el pelotero al que devolvió su lugar en el Cuba; los habitantes de El Oro, la comunidad desolada tras el paso del huracán Dennis a donde prometió regresar y romper en pedazos su título si no describía con todas las letras lo que allí había visto… Es una mujer de principios. Lo saben los espirituanos todos. Y Cuba entera, también.
¿Algún paradigma?
“Juan Antonio Borrego. Siempre le decía: aunque dirijas, no dejes de escribir. Me gustaba mucho su manera de contar las historias.
“Y parte de la culpa de la manera en que yo hago el periodismo la tiene un libro de Oriana Fallaci, que me prestó mi amiga y periodista Adalys Pérez: Entrevista con la historia. Me encantó la forma en que describía a los entrevistados, como los torturaba. La culpa es de ella, ideologías aparte. Yo copié a Oriana Fallaci”.

HASTA HOY, NADIE ME HA SANCIONADO
El periodismo de Elsa Ramos no ha sido fácil ni dulce. Le gusta la presión y disfruta el contrapunteo.
“Voy por la calle y la gente me dice: ‘Oye, no has escrito de tal cosa’. Y ya yo sé que quieren que escriba de eso, o me llaman a mi casa, me escriben. Eso es bueno porque mi agenda siempre está llena. Si a la gente le preocupa que el arroz no llega, le corresponde a la prensa indagar por qué. Y si la fuente se esconde o se resiste, ¿a quién le toca eso? Le toca al periodista. Entonces, yo tengo que buscarla”.
Pero a ti se te resiste poca gente…
“Bueno, ya que me estoy al retirar, tengo que decir que se me resisten hasta un tiempo. Disfruto vencer a la fuente”.
¿Y no te han sancionado por decir lo que muchos no quieren oír?
“Cuando publico un trabajo de esos a los que yo les llamo volcánicos, mucha gente me pregunta: ‘¿Qué te pasó? ¿No te botaron?’. Y yo les digo: no; hasta hoy, nadie me ha sancionado. Me han llamado a conversar, pero a contar, nunca”.
Pero sí te ha traído conflictos hasta en tu casa…
“Sí he tenido encontronazos también en mi casa. Mi esposo y yo llevamos —pobre de él— una relación de 20 años. Y era —o es— parte de la pelota, un tema del que hablo mucho; ya está retirado, pero fue por bastante tiempo entrenador de pitcheo de los Gallos, equipo al que yo cuestionaba. Cuestionaba al equipo y lo cuestionaba a él. Eso al principio no lo entendía. Tuvimos discusiones fuertes, muy fuertes. Casi llegamos al divorcio, pero no. Hicimos un pacto: en la casa no se habla de pelota. Tampoco él podía leer los trabajos que yo iba a publicar. Se enteraba cuando salían en Escambray”.
¿Y a veces no te has autocensurado?
“Sí, te digo que yo a veces me acuesto y me autocensuro. Me digo: de esto no debes hablar. Pero entonces me molesto conmigo misma. Cuando me autocensuro me molesto, y luego retomo el tema”.
¿No existe la palabra miedo en tu vocabulario?
“Les tengo miedo a las ranas”.
QUIERO DESCANSAR DEL PERIODISMO
Premios y reconocimientos de todo tipo avalan su trayectoria en ese oficio de campo minado donde ella camina sin poner oído a las explosiones.
¿Te importan o no te importan los premios?
“Yo no creo en eso de que no te interesen los premios, eso es mentira, porque si no, no compites. Y a mí siempre me ha gustado competir”.
¿Pero no es más importante ese reconocimiento diario que te ofrece la gente?
“Los premios todos pierden el valor cuando los comparo con eso. La gente intenta colarme en las colas. Los choferes, particulares y estatales, me paran y cambian su recorrido para darme botella, en las motorinas no me quieren cobrar. Me saludan en la calle el viejito y el joven. Pienso que el periodismo me ha recompensado y me ha dado un reconocimiento social, que es lo que más quiero llevarme”.
¿Crees que has sido más que una periodista mediocre?
“Para no ser modesta, sí. He tratado de no ser una periodista mediocre; no me creo la mejor, pero sé que mediocre no soy”.
De aquella muchacha que llegó a Santiago quedan acaso la rebeldía, el desinterés por la moda o el maquillaje, la sencillez. “Yo soy esa guajira de Caracusey que no ha soltado sus ariques”.
A las puertas de los 60 años, Elsa anuncia un retiro impensado. Indago si es añoranza por el espacio familiar al que le ha robado tantas horas o por dictados de Kilian, el nieto de tres años que de a poco se ha convertido en su domador.
“No es por eso, no; quiero descansar del periodismo”.
¿Retirarte en la gloria, como los grandes atletas?
“No tanto en la gloria, pero sí activa y altiva. Hacer un reportaje o un comentario —no sé cuál va a ser ese último— que sea el cierre y, después, se acabó el periodismo”.
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