El último combatiente

Ramón Leocadio Bonachea fue un cubano furibundamente independentista, que no se amoldaba a los convencionalismos y que no seguía instrucciones si no representaban sus intereses y anhelos

Ramón Leocadio Bonachea fue una persona extraordinaria, muy bien educada, de mucho carácter, muy valiente, radicalmente patriótico.

José Ramón Leocadio Bonachea fue una de las personalidades más controvertidas, cuestionadas y atacadas tanto por españoles como cubanos, no solo por seguir combatiendo más de 12 meses después de que formalmente se diera por terminada la Guerra de los Diez Años (1868-1878), sino por alguna información tergiversada o manifiestamente equivocada agregada a su biografía que no le aporta nada, como si hubieran querido hacer un símbolo de las fake news muchos años antes de existir el término.

Fue una persona extraordinaria, muy bien educada, de mucho carácter, muy valiente, radicalmente patriótico; un cubano furibundamente independentista que no se amoldaba a los convencionalismos y que no seguía instrucciones si no representaban sus intereses y anhelos.

No aceptó el Pacto del Zanjón y, por ello, creyó prudente seguir luchando en los campos de Cuba, aunque sin lograr mucho, a lo que se oponían enemigos y amigos, los primeros para dar fe de una real pacificación sobre toda la isla; los segundos, porque no veían mérito alguno en ello, o deseaban comenzar otra guerra, así que unos y otros lo veían como un estorbo.

El HOMBRE

Bonachea vivió solo 39 años (9-12-1845/ 7-3-1885), la primera parte de su vida estuvo llena de atenciones familiares y educativas, tratando siempre de formar a un joven con valores medulares para aquella sociedad, pero igual, de algún modo, enseñándole que la libertad y la justicia siempre deben prevalecer ante cualquier circunstancia, por lo que en todo momento tuvo una firme posición en defensa de esos principios.

Se dice que la famosa pedagoga Nicolasa Pedraza Bonachea fue maestra del héroe, e igual el patricio Miguel Jerónimo Gutiérrez, así que aprendió bien de ciencias, artes, humanidades y sentido de lo justo, por lo que era presumible que su impetuoso comportamiento para defender honores no se quedara chiquito con nadie, razón por la cual –un incidente con militares españoles fue el último episodio– lo envían, para protegerlo, a Puerto Príncipe, donde esperaban que todo estuviera más tranquilo; pero no fue así.

En la Logia Tínima, cuyo Venerable maestro era Salvador Cisneros Betancourt, conspira y construye amistades entre independentistas, que muy pronto tienen su Rubicón, pues se alza en armas allí donde debía encontrar remansos, cuando su ímpetu rebelde se une a su pensamiento humanista.

Durante toda la Guerra del 68 da muestras de ser un hombre comprometido hasta la médula con la libertad e independencia del pueblo cubano, luchando al lado de los más connotados guerreros revolucionarios, como Augusto Arango, Ángel del Castillo, Ignacio Agramonte, Máximo Gómez y otros.

A veces no tenía las mejores formas para tratar determinados asuntos, como cuando le reclamó a Gómez por haber dejado este en Las Villas a Sanguily cuando se retiró a Camagüey para enfrentar la sublevación de Lagunas de Varona o cuando se disgustó abiertamente con el dominicano por haber condenado al cepo a un oficial, y eso quizás contribuyó a que no alcanzara los grados militares que le correspondían.    

ACTA DE BONACHEA

Estaba resistiendo a su modo Ramón Leocadio Bonachea, esperando el despertar de los cubanos y apostando a que no tuviera que rendirse a los españoles, pero todo esfuerzo fue inútil. 

La verdad incontestable es que su permanencia en los campos de Cuba, luchando sin más propósito que el moral y sin más objetivo que la sobrevivencia inmediata de cada jornada, no la quería casi nadie, aunque lo admiraran, y nunca hubo tanta confluencia de intereses entre españoles y cubanos como en relación con este tema, por casualidad por supuesto, aunque de parte y parte se hicieran acciones para hacer valedero el propósito de que el regio mambí dejara los campos cubanos

A partir de la derrota de sus huestes el 14 de febrero de 1879, crecieron las recomendaciones de quienes deseaban que preservara la vida y, de paso, dejara la vía expedita para imponer un nuevo derrotero de guerra, por lo que Bonachea renunció a la lucha armada y decidió salir del país, después de suscribir la llamado Protesta de Hornos de Cal o de Jarao.

En esa acta, que de eso se trató siempre, explicita para la historia las razones que determinaron su salida de los campos cubanos, se reitera su rechazo al Pacto del Zanjón y su apego a quienes invocaban la necesidad del cese de su lucha; el documento fue firmado por los testigos del acto, entre ellos Serafín Sánchez Valdivia, al que se le ha estigmatizado injustamente por ser uno de los que más insistieron en la salida del país de Ramón Leocadio.

Defendió Bonachea en ese documento su honor, dejando claro que no aceptaba una paz sin independencia e, implícitamente, que no se rendía a lo asumido en el Zanjón. 

En Hornos de Cal no hubo protesta, sino un acta de principios. La protesta verdadera está en su lucha armada durante más de un año después del Zanjón, donde demostró intransigencia revolucionaria, mucha vergüenza ante las adversidades, capacidad en la lucha guerrillera, valor, decisión, compromiso con los mejores ideales, desinterés y patriotismo a toda prueba.

Alrededor de Bonachea y esta acta hay varias inexactitudes: no se firmó en Jarao, ni la realizó técnicamente un general; nunca Bonachea se entrevistó con Martínez Campos ni este salió a combatirlo; tampoco es cierto que el cubano haya comprado un barco para salir del país, ni que fuera el único general de división de la guerra, ni que afirmara en la carta que regresaría a luchar con las armas por la independencia, ni tampoco que Martí comparara esta acta con la Protesta de Baraguá y, mucho menos, con la actitud de Antonio Maceo.

No hacía falta agregar nada a ese documento para encumbrar su valor, ni lo que significó la lucha de Bonachea, como tampoco había que inventarse nada para agregarle luz al héroe, porque él dejó pruebas de principios y lealtades imponentes, que representan los mejores valores que pueden servir para guiar el paso del pueblo cubano.

Las circunstancias posteriores tampoco fueron benévolas con sus propósitos, pues ni estuvo en la Guerra Chiquita, y cuando decidió venir, apurado por su fuero interno, no tuvo la posibilidad ni siquiera de defenderse a tiros. El gobierno español no le perdonaría la vida a líder tan peligroso.

Camino a la prisión y en su muerte se mostró dignísimo, que es lo que debe quedar en la buena memoria.

Guillermo Luna Castro*

Texto de Guillermo Luna Castro*

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