Que sea conocida como la Ciudad Museo del Caribe le confiere a Trinidad un sello inigualable, una imagen de postal que corre el riesgo de transfigurarse con el paso del tiempo y el desgaste ya evidente de algunas de sus edificaciones más vistosas.
La creación de estos sitios de alta significación tuvo lugar en una década de apogeo intelectual, donde la pequeña urbe ocupó un lugar cimero en el contexto nacional. Primero, el Palacio Brunet, luego los Museos de Arquitectura, de Arqueología, de Historia, el de Lucha Contra Bandidos… Una red de instituciones culturales que ofrecen al visitante la experiencia de viajar al pasado, y a la vez, disfrutar la modernidad.
Pero los antiguos palacios, guardianes de valiosas colecciones y de la historia misma de la localidad, hoy deslucen por el peso de los años y también por la suma de problemas constructivos como resultado de la falta de planes de reparación y mantenimiento sistemáticos.
Lo sufre el Museo Municipal de Historia. Subiendo por la calle Desengaño, el edificio es uno de los más elegantes y funcionales de la ciudad. Construido por Mariano Borrell y Padrón entre 1828 y 1830, fue el acaudalado Justo Germán Cantero el propietario que más tiempo vivió en esta mansión de puntal alto, amplísimos aposentos y preciosas decoraciones.

Apenas se traspasa el umbral, la vista sobrecoge. Las manchas de humedad a causa de las filtraciones amenazan con destruir las pinturas murales que adornan las paredes de la sala, la saleta y los dos primeros dormitorios de la izquierda. Hasta el mismísimo Daniel Dall Aglio, pintor y arquitecto italiano que las redecoró en 1860, podría resucitar ante tal infortunio.
En el 2019 —expone Enriqueta Ramírez Caro, directora de la institución— se intervino parte de la cubierta del inmueble, pero el empalme entre la primera y la segunda crujía no quedó bien, lo que provoca filtraciones cada vez que llueve. “Esas decoraciones están en peligro”, advierte.
Y aunque el colectivo de trabajadores hace maravillas para “disimular” el deterioro del otrora palacio Cantero, los síntomas se agravan al punto que se debieron retirar los objetos museables de una de las salas, casi en peligro de derrumbe.
“Tenemos el diagnóstico que realizaron dos arquitectos españoles, pero hasta que no se retire el cielo raso de la habitación no se sabrá la magnitud de los daños”, sostiene Enriqueta que, a las puertas de la etapa de lluvia, insiste en la urgencia de alguna intervención constructiva.
Y no es que se desconozca la situación de esta y otras instituciones de la villa. Fernando Díaz Suárez, director de Cultura en el sureño territorio, admite la magnitud del problema y también la imposibilidad de contar con fondos para asumir labores que demandan mucho dinero y recursos.
“Se nos aprobaron poco más de 18 millones del presupuesto en el año; trece millones —la mayor parte— destinados a salario, a lo que se suman las obligaciones fiscales y otros pagos. Para acciones constructivas solo contamos con tres millones de pesos, la mitad de ellos se le van a asignar al Museo de Historia” manifiesta.
En la lista de espera quedó entonces el Romántico, con vigas en mal estado en el segundo nivel y hasta un pequeño desplazamiento del piso. La opción a la vista es apuntalar allí y hacer magia con el poco dinero en el otrora palacio Cantero.

“Antes de la primavera se va a resolver una parte del problema para detener las filtraciones en la unión de la sala y la saleta —apunta el director municipal de Cultura—, pero el daño en la cubierta de la habitación que hoy permanece cerrada no cuenta con financiamiento”.
En similar inventario de gravedad constructiva se encuentran también la Casa de Cultura Julio Cueva Díaz, la cual lleva tres años en espera de los recursos para la reparación del techo, la Galería de Arte Benito Ortiz, donde los artistas han costeado algunos de los trabajos, y la torre de Manaca Iznaga, con escalones y pasamanos en mal estado. “Solo en la pintura de la torre el año pasado se le pagó a una mipyme un millón de pesos”, acota Díaz Suárez.
Más que irrisorias, las cifras destinadas a la reparación de estos edificios en una de las urbes cubanas más visitadas por el turismo internacional dejan entrever la desacertada política de recaudación de ingresos que estuvo vigente durante años desde la Dirección Nacional de Monumentos. De esas retribuciones, los museos de Trinidad nunca pudieron quedarse con un peso.
Tampoco ahora. De acuerdo con el directivo, aunque este tipo de instituciones cuenta en el presente con jurisdicción municipal, hasta el momento no reciben ningún beneficio económico que les permita disponer de fondos, no solo imprescindibles en labores de conservación preventiva, sino en la compra de insumos para mantener una imagen adecuada.

En ninguno de los museos trinitarios se dispone de material de limpieza, y dichas labores se realizan con el aporte de los propios trabajadores. La confección de uniformes y la posibilidad de otros ingresos, como utilidades, por ejemplo, son reclamos lógicos si se tienen en cuenta las cifras recaudadas cada año.
Lo anterior contrasta con la realidad que ya no pueden “maquillar” estos inmuebles de más de cinco siglos: tejas desplazadas por vibraciones y la contaminación sonora de la cual es víctima el Centro Histórico, puertas y ventanas de madera que ya no pueden abrirse, baños en mal estado, patios interiores deslucidos… Y en peores condiciones se encuentran las tres casas-museos de la ciudad, en fase crítica. Duele visitar hoy la Casa de los Mártires de la ciudad.
Evidentemente, sin fondos ni recursos resulta imposible ejecutar acciones constructivas de tanta envergadura. No hay fórmulas mágicas en un escenario económico tan complejo.

Sin un peso en el bolsillo, la dirección municipal de Cultura presentó la propuesta para convertirse en unidad presupuestada con tratamiento especial; ello le permitirá generar ingresos por el cobro de algunos servicios, “sin renunciar a ninguno de nuestros proyectos sociales”, asegura Díaz Suárez.
Confiemos en que la nueva Ley 155 sobre la Protección al Patrimonio Cultural y Natural en Cuba y su cabal interpretación en el contexto local, ofrezca las alternativas viables ante la urgencia de salvar estos sitios de identidad donde la cultura se democratiza y se comparte. Por el momento, una interrogante queda en el aire: ¿qué sería de Trinidad sin sus museos?
Me faltó decir algunas cosas , si la provincia de SS o el país no puede hacer las gestiones de reparación y mantenimiento de estos edificios que se considere que lo hagan los particulares de empresa pequeñas de Trinidad, que se cobre la entrada un poco más cara y que ese dinero vaya a los particulares o de otra manera o alguna otra idea o cosa porque la verdad es penoso enseñar esto a los visitantes
Soy de la provincia pero no de Trinidad, la ciudad me encanta, lugar preferido de nuestra familia para el verano, los Trinitarios son personas sencillas y que aman mucho su territorio se sienten muy identificados con la ciudad y la historia, como visitantes siempre suelen tratarte bien, no sé pero a alguien pudiera ocurriese la idea hace tiempo que estos techos tenían que repararse con maderas buenas de cerdo, caobas y haber destinado una parte reservada para la forestación con ese solo objetivo, fuese en la provincia de SS o en otra y no tener que importar la madera, desde el año 1988 que fue declarada Patrimonio han pasado bastantes años y los problemas con las edificios seguirán. Se plantean diluciones,cosas pero muchas no se hacen ni se solucionan.