No voy a entrar en el dilema si es de Zaza, Taguasco o Cabaiguán, pues me basta haya nacido en la Larga, que pertenecía al término municipal de Sancti Spíritus; así que, en definitiva, es de esta tierra desde que vino al mundo el 15 de febrero de 1920.
Quienes conocieron a Faustino Pérez Hernández sabían que él era el hombre que representaba: muy sencillo, incansable luchador, muy valiente, audaz, humilde y distinguido con su probada honradez; valores imprescindibles para Cuba hoy en día.
Tenía mucha fe en Fidel, acentuada después del desastre de Alegría de Pio, porque en medio de una persecución feroz, condiciones de sobrevivencia extrema y el peligro de ser asesinados, aquel le aseguraba insistentemente que ganarían la guerra.
A pesar de ello, Faustino creía que lo más importante era que Fidel se mantuviera vivo, aunque fuera dentro de una cueva, mientras se hacía la guerra en el llano, en lo que creía ciegamente, hasta que el estruendoso fracaso de la huelga del 9 de abril de 1958 lo obligó a rendir cuenta de lo hecho, a desligarse del mando que había mantenido durante dos años y a meterse en la Sierra Maestra donde constató un mundo que no podía imaginar
CONSTRUYENDO LA VIDA
De manera excepcional se graduó de médico, lo que en su niñez nunca soñó, aunque ejerció muy poco como tal, para desengaño de su padre, pues prefirió salvar vidas con la lucha y la guerra.
Nació a unos pasos de donde cayó Serafín Sánchez, uno de sus ídolos; primogénito de una de las tantas familias que se fundaron en toda Cuba entre canarios como su padre José Demetrio Pérez Lea y cubanas como su madre Amada Julia Hernández Rodríguez, pero igual de ascendencia canaria, que también, como era la costumbre de la época, dieron curso a 11 vidas en medio de una pobreza económica de muchos años.
Vivieron en otros lugares también, buscando mejores oportunidades dentro de contextos campesinos originarios de Canarias, como en Los Tramojos, Cruz de Neiva, El Obispo o en la Cañada de Piña, alrededor de 1930, una finca cercana a la Carretera Central situada entre Cabaiguán y Guayos, renombrada La Esperanza.
Fue un niño rudo si se mide por los trabajos que realizó en la infancia, todos relacionados con el duro bregar en la tierra y la atención del ganado, pero igual muy sensible y atento a la gente más desfavorecida a su alrededor, tanto como para alfabetizar a personas iletradas y muy pobres o colaborar con causas propias del sector campesino y otros a su alrededor.
En esto influyeron, desde sus valores, algunos maestros de las distintas escuelas donde tuvo la oportunidad de transitar desde la primaria a la universidad, de manera privilegiada y sin planificarlo, hilvanando tareas educativas y laborales, hasta recibir el apoyo de la familia para terminar sus estudios de medicina.
Si bien tuvo suerte, hubo aún más empeño, inmensa capacidad de sacrificio, entereza para asistir a las escuelas y cumplir mínimamente con sus exigencias mientras no desatendía completamente otras obligaciones, muchas veces debiéndose trasladar a mucha distancia y descansar muy poco; hasta que pudo comenzar los estudios de la Segunda Enseñanza en Sancti Spíritus, que culminó, sobre todo, aupado en su tenacidad.
Si para su entorno llegar a bachiller era cosa excepcional, más lo era estudiar en la universidad, lo que logró Faustino por la impronta de la gente a su alrededor, que lo inspiró a convertirse en médico, carrera elemental por su posición humanista, y convencer al padre para que lo apoyara en ese viaje; aunque con recursos limitados, pues Faustino viviría la experiencia siendo un hombre pobre, aunque ello igual contribuyó a su desarrollo político.
LA REVOLUCIÓN
Por tener un hondo compromiso con los pobres, luchó en cada momento por sus intereses, en protestas estudiantiles, dentro del Partido del Pueblo Cubano, Ortodoxo, de Eduardo Chibás, en el Movimiento Nacional Revolucionario de Rafael García Bárcena, que aunó a jóvenes que deseaban luchar con las armas para derrotar a la dictadura de Batista, siendo activo organizador de este en toda Cuba hasta que guardó prisión, de la que se libró en 1955 por la amnistía política.
De inmediato integró el grupo fundacional del Movimiento 26 de Julio, liderado por Fidel, a quien conocía de los días de sus respectivos trabajos dentro del Partido Ortodoxo y su labor fue tan eficiente que se convirtió en dirigente fundamental de la nueva organización.
Después del reagrupamiento de los sobrevivientes del desembarco del Granma, volvió a la lucha clandestina, en particular en La Habana, para hacer una hombrada en su organización y desarrollo, en tanto era miembro de la dirección nacional del movimiento.
Hasta el fracaso de la huelga en abril de 1958, que lo marcó en lo profundo y en la que había puesto todas sus esperanzas, su concepción de lucha era inmaculada, después de lo cual aprendió que la guerra en las montañas tendría una preponderancia tal que sería decisiva al final.
Lo que nunca equivocó fue su fidelidad a la causa, como cuando después de la reunión en Mompié supo asentarse en la Sierra Maestra al final de junio de 1958, entender que la guerra se podía ganar y ensayar en las condiciones guerrilleras sistemas de administración que fueron puestos en práctica al inicio de la Revolución.
Verse por casualidad en una calle de Santiago de Cuba con Frank País es cosa de película, pero haber llevado a Herbert Mathews, editorialista del The New York Times, al corazón de las montañas para hacer aquella entrevista mítica con Fidel, sobrepasó lo imaginado.
Mantuvo en jaque a la dictadura con actos espectaculares, como la organización del movimiento de marinos y militares en conjunto con milicianos del 26 de Julio que, aunque fracasó, dio una muestra de heroicidad en Cienfuegos en septiembre de 1957, o las 100 bombas que estremecieron a la Capital o el secuestro de Juan Manuel Fangio, uno de los episodios más sonados de la época.
Sin embargo, me quedo con la entereza de tener que admitir el fracaso y su regreso definitivo a la Sierra Maestra, donde demostró ser tan temerario como perfecto para administrar bienes, lo que le valió, a inicios de 1959, asumir el ministerio donde la honradez era imprescindible, encargándose de recuperar bienes malversados, en lo que siempre creyó y por lo que había luchado.
En la Revolución él encontró su verdadero cauce, y todo lo que hizo fue exactamente lo que pensó hacer en esas circunstancias, trabajar intensamente en cualquier tarea en beneficio del pueblo, sin importar si era la obra gigante de construir una base hidráulica desarrollada o ser el jefe político de Santi Spíritus.
Lo más asombroso de Faustino, sin embargo, es que en medio de sectarismos primarios que le endilgaban ser de la derecha, o defender determinadas cosas impopulares para los más radicales revolucionarios, o ser apartado por resquemores muy subjetivos, en cada oportunidad volvía a sus raíces, en el campo o lugares inhóspitos, a trabajar por la gente más sencilla, la más pobre, la más necesitada; como en la Ciénaga de Zapata, donde echó sus últimos días ya herido de muerte.
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