Muy cerca del umbral de la Escuela de Arte Ernesto Lecuona, un grupo de estudiantes cuchichea sobre una de las pruebas que mantiene en vilo a todo el colectivo. Los nervios saltan de uno a otro. Saben que las exigencias en la interpretación del instrumento son elevadísimas.
—“Tía Mary, no salí bien”, grita uno de los muchachos y, en un salto, cae en los brazos de la mujer delgada que con paso apurado cruza la puerta de reja que pone límites entre el plantel y la acera.
—“Tranquilo, vamos a esperar la nota”, dice casi al oído de quien pone su cabeza sobre su pecho.
—“Me quedé en blanco, no sé lo que hice”, insiste y en los ojos se asoma la desesperación.
—“Hasta que el profesor no revise, no vamos a agobiarnos. Ahora, a estudiar para el resto de las pruebas”, concluye y borra de las mejillas la humedad de dos surcos de tristeza.
Como bálsamo se sienten aquellas oraciones. El rostro infantil recobra tranquilidad y vuelve con el grupo que no fue testigo de un acto de múltiples afectos y complicidades. Ella, María de los Ángeles Jiménez, la tía Mary de la Lecuona, ha enfrentado tantas situaciones similares que ha perdido la cuenta.
“Cursaba la licenciatura de Maestro Primario en Preescolar cuando, en 1993, hice un contrato aquí como auxiliar pedagógica. Luego, me pusieron fija y desde entonces no me he podido desprender de estos pasillos, aulas y dormitorios”, alega.
Bebió de las savias de profesionales como Lourdes Caro, María Hortensia Carbonel, Nancy del Moral, Almira Campos…, parte del team que impulsó la Enseñanza Artística en Sancti Spíritus.
“A veces me preguntan si una época ha sido mejor que otra y creo que hay que analizar cada momento según sus particularidades. Nada es igual a entonces. Cuando empezamos no había ni un teléfono y hoy casi todos los alumnos tienen un celular. Lo que sí te puedo asegurar es que la Ernesto Lecuona ha crecido no solo en matrícula, sino en resultados.
“Hoy tenemos generaciones de graduados que prestigian nuestra cultura. Incluso, andan muchos por el mundo defendiendo la música que descubrieron aquí. Para ellos, padres y profesores, yo he sido siempre la tía Mary, aunque actualmente asuma la dirección del departamento de Vida Interna”.
Del alumnado, María de los Ángeles posee tantas anécdotas que pudiera proponer un libro para reír y llorar. Los hermanos Bonachea, Yoanna Pozas, Abby Ordaz… Evoca algunos nombres y se refugia en las horas en que los siguió de cerca mientras domaban los instrumentos.
“Recuerdo a un trinitario que un día se subió a una de las matas del patio y cuando lo enfrenté me dijo que era Tarzán. Solo le advertí: serás músico, no trapecista, y se bajó. Hace poco el papá de una niña de Condado vino a entregarme sus cosas porque decidía no volver. Me negué, le pedí que la trajera, hablamos y hoy está con su profesor de percusión, Aurelio. Quien no se enamore con él de la música no lo hace con nadie. Pero, también tuve una niña que lloró hasta el último día de noveno grado. Se reía cuando la sacaba del momento al augurarle que terminaría llorando el nivel medio”.
¿Cuál ha sido la fórmula para apoyar a los internos de la escuela en la doble carga docente que se exige aquí?
“Yo creo que pensar primero como una madre y, después, como educadora. Los niños aquí están lejos de sus casas 11 días y con una carga de estudio exigente. Hay que hablarles fuerte, no alto, cuando lo lleven para que reaccionen ante alguna situación negativa. Jamás he pensado que los gritos ayudan; y también darles mucho cariño porque necesitan sentir el calor y acompañamiento de sus hogares”.
Lo ha vivido en carne propia. Sus dos hijos crecieron en los propios pasillos de la Escuela de Arte. Imbricar las responsabilidades del hogar con el trabajo provocó, de manera natural, que su hija de 38 años aceptara sin dudar ser profesora de Historia en el plantel.
“Fui testigo de cuando todos los niños matriculaban para cursar el tercer grado. Difícil, porque al ser tan pequeños tienen que aprender a desenvolverse solos. Les damos muchas responsabilidades como mantener la limpieza en sus dormitorios, tender las camas, ser disciplinados con los horarios del comedor… También viví la apertura de nuevas líneas musicales que, poco a poco, fueron surgiendo, la enseñanza de la danza, uno de nuestros anhelos y, más recientemente, contar con la especialidad de Instructores de Arte”.
Los viernes son los días especiales de la semana. Permanece en el plantel toda esa jornada para cumplir con la guardia. Poco descansa entre albergues, comedor y áreas de esparcimiento.
“En las noches de apagón aprovechamos las luces de los celulares de ellos y de nuestro equipo de profesores y auxiliares pedagógicas. Utilizamos una bocina recargable y escuchamos música. Luego de la merienda, todos saben que es el momento de dormir y hasta ahora no ha habido ningún incidente.
“Te decía que hay que vivir cada momento. Por ejemplo, recuerdo cuando la época de las tribunas abiertas que nos íbamos para los municipios. Los acompañaba siempre. Sucede hoy de la misma manera cuando se realizan actividades fuera del centro o asistimos al Teatro Principal. Vivir esas experiencias junto a ellos es mi deber y lo disfruto. Cada etapa ha sido importante para crecer y tener hoy una escuela que todos los días apuesta por ser mejor”.
¿Hasta cuándo estará tía Mary en la Lecuona?
“Me faltan seis años para tener la edad de jubilación. Aquí he echado prácticamente mi vida. Incluso, he decidido permanecer, a pesar de opciones de trabajo más tentadoras, como cuando en los años 90 aparecieron las shoppings, y de una diabetes que me trae achacosa.
“Con hechos como el del niño que me recibió en la entrada de la escuela o los comentarios que recibo en Facebook o cuando tropiezo con un exalumno y me dice: ‘Adiós, tía Mary’ llegan las fuerzas para que cada día sea un nuevo inicio”.
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