En una esquina de su casa una colección de medallas y reconocimientos hablan de los 40 años de labor en el magisterio de Ismael Luis Acosta, uno de esos pedagogos que a la altura de estos tiempos siguen siendo referencia para el sector educacional.
Aunque permaneció cuatro décadas ininterrumpidas en el magisterio y siempre hizo del aula un lugar sagrado, la humildad de este hombre hace que sonroje ante el menor reconocimiento. Mas, ni los días, ni una jornada alcanzan para agasajar la obra de este ser humano que prestigió uno de los oficios más nobles que existen: la enseñanza.
De la comunidad yaguajayense de Itabo salió siendo apenas un muchacho para formarse como maestro primario. Corrían los años iniciales de la Revolución e Ismael dejó atrás el campo para adentrarse en un mundo de conocimientos. Todo empezó tras el llamado del país para formar maestros y llevar la enseñanza de un extremo a otro de la nación.
“En aquel momento 17 muchachos de Itabo salimos a estudiar. Primero, hicimos un precurso en Topes de Collantes, hasta donde llegaron estudiantes de todo el país. Al vencer esta etapa, en el año 1964, nos fuimos a estudiar a Minas de Frío, en Oriente, hasta concluir la preparación en La Habana. Por los centros que transitamos tuvimos profesores muy buenos y preparados. La enseñanza fue rigurosa”, cuenta Ismael y los ojos le brillan al detallar cada pasaje de aquella época.
No todo quedó allí. Cuando este hombre tuvo entre sus manos el título que lo avalaba como maestro primario, partió hacia el mismo corazón de la Sierra Maestra, sitio donde comenzó su hoja de ruta en la profesión. En el centro escolar de montaña San Lorenzo se adentró en la Enseñanza Secundaria y, al año siguiente, se afianzó en la Primaria, sobre todo, en el área de las Ciencias.
Allí, en medio de condiciones un tanto difíciles, permaneció durante tres años. Luego retornó a su provincia de Sancti Spíritus y, en el otrora municipio Meneses, al cual pertenecía, tuvo el privilegio de encauzar su vida laboral en la Escuela Primaria Raúl Perozo Fuentes, plantel que lo abrazó 33 años hasta que la jubilación tocó a su puerta.
“En esta escuela impartí sexto grado y en los últimos años de trabajo también asumí quinto. En aquel momento la matrícula de la institución era enorme. En mi caso llegué a tener hasta 33 alumnos. Recuerdo que estuve nueve años viajando de Itabo a Iguará, que es donde se encuentra el centro. El trayecto lo hacía en bicicleta, hasta que empecé a vivir acá”, evoca.
Y aunque Ismael traía consigo la experiencia de aquel centro escolar de la Sierra Maestra, en la Raúl Perozo se curtió como maestro. “Al llegar a la escuela lo primero que hacía era preparar la pizarra, la fecha y, de inmediato, me estudiaba el planeamiento, me leía los libros, aun cuando me sabía al dedillo todos los contenidos.
“Trabajaba con los niños las horas clase, y por el mediodía atendía a los alumnos con deficiencias. Después de las 4.20 p.m. nos quedábamos con aquellos estudiantes con mayores dificultades, los repasábamos y los preparábamos para que estuvieran en mejores condiciones de enfrentar las pruebas.
“El maestro tiene que tener mucho interés por enseñar y dar muchas clases prácticas. Por ejemplo, yo las clases de Ciencias las daba fuera del aula, en el patio de la escuela. Fui un maestro recto, pero siempre me llevé muy bien con los muchachos. El maestro tiene que dedicarse todo el tiempo a enseñar”, refiere.
Mientras se desempeñaba como pedagogo en este plantel, tuvo la oportunidad de cumplir misión internacionalista en Nicaragua en el año 1984. “En ese país tuve que trabajar con grados que nunca había enfrentado. En el lugar que estuve no había escuela y las clases las daba en una casa, con un pedazo de cartón como pizarra. Fue una experiencia importante. Aprendimos a valorar mucho más lo logrado por Cuba”, subraya el maestro.
Al cerrar esta página de su vida retorna a su escuela de siempre: la Raúl Perozo Fuentes. En predios de esta instalación acogió la jubilación. Al salir de las aulas ya contaba con disímiles méritos, entre ellos, las medallas de Trabajador Internacionalista, Pepito Tey, Rafael María de Mendive, la Distinción por la Educación Cubana y el Sello Educador Ejemplar, sí como otros que avalan su labor en el magisterio.
“A veces sueño y me veo dando clases”, dice y apunta que todos los días extraña estar en medio de libros, lápices, y pizarras.
Avanza la tarde y sin darse cuenta Ismael Luis Acosta ha repasado las cuatro décadas de labor en el magisterio. A la altura de sus 77 años, no olvida ni el menor de los detalles para impartir una clase. En su memoria la enseñanza tiene un lugar sagrado.
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