La Tía Rosa: espirituana y universal

A sus 67 años, Rosa Campo Pérez es uno de los referentes más importantes si de música para niños se habla. Escambray dialogó con ella en su más reciente visita a la ciudad

Rosa Campo Pérez asume como mejor premio el reconocimiento de las familias. (Fotos: Alien Fernández/ Escambray)

En la calle Cuarta del este número 12, del barrio de Colón, está la simiente de Rosa Campo Pérez. Allí vuelve, gracias a su memoria, cada vez que precisa encontrar respuestas y entender muchos de los sucesos que experimenta cada día.

“Soy hija de Renato Campo y Rosalía Pérez, sobrina de Elio Campo, ganadero. Tengo primas que todavía quedan por acá y amiguitas que, como yo, ya son ancianitas”, y la última palabra la ahoga en una inevitable carcajada.

Se presenta así en este diálogo con Escambray que, si bien comenzó diferente porque no había puesto pie en el asfalto cuando ya se le lanzaba como dardo el interés reporteril, sí transcurrió entre fragmentos de canciones, anécdotas y alegrías desbordadas.

Tierra de leyendas, de bellas mujeres, de grandes patriotas como Serafín, como Serafín…

Fue el primer fragmento musical que amenizó la mañana en una esquina del restaurante del hotel Plaza, hasta donde llegaron después algunos buenos amigos para al final del encuentro brindar con café la visita de una verdadera hija ilustre de esta tierra.

“Tengo una particularidad que a muchas personas les llama la atención: doble nacionalidad espirituana-cienfueguera. Me fui de aquí con 24 años y ya tengo 67. Cuando digo eso la gente me añade: ‘Ahora te entiendo’, porque nuestra idiosincrasia no se parece a la de quienes nacen en la Perla del Sur. Nosotros somos más similares a los de la región oriental.

“De Sancti Spíritus siempre me llevo muchas de sus historias bellas, mi primera guitara comprada por mi padre, mis primeras canciones que eran, por supuesto, muy sencillas, el curso emergente de instructores de arte, gracias al cual pude entrar al sistema de Cultura y las enseñanzas de profesores magníficos como Lourdes Caro, por ejemplo, quien me impartió Dirección Coral”.

“De Sancti Spíritus siempre me llevo muchas de sus historias bellas», confiesa.

A su familia le debe la semilla de su interés por la música compuesta para los menores de edad. Tener un disco de acetato con esas melodías era el único aliciente ante las constantes revisiones médicas.

“Fui una niña muy enfermiza, porque aunque no lo parezca fui prematura de tiempo y de peso —otra vez la carcajada se hace cómplice del diálogo—. Mi mamá me convencía de llevarme al médico ya que al pasar por la terminal de Santa Clara me compraba discos de música. ¡Y aquí estaban grandes trovadores! Pero ella creía que en ese momento eran las melodías que precisaba escuchar. No estaba equivocada y se lo agradezco infinitamente”.

Así, sin imaginarlo siquiera, nació la Tía Rosa de muchas generaciones que han crecido al ritmo de casi un centenar de piezas con su nombre registradas en los catálogos del patrimonio musical de la nación. Basta mencionar Amanecer feliz, Maní, Chivirico rico, Reyes del son… para comenzar a tararear una y otra sin parar porque todas tienen como punto en común que logran universalizar lo cubano, a través de un lenguaje musical desenfadado y a la vez comprometido con los más auténticos atributos de nuestro acervo cultural.

“Faltan eventos internacionales que visibilicen la música para niños porque hacer melodías que les atrape no es nada infantil. Ahora contamos en Cuba con el evento internacional Corazón feliz y es un paso. Nuestra perenne misión es difundir hasta el cansancio lo que hacemos porque tenemos que convivir con agentes disonantes, contaminaciones más allá de las ambientales, que no son más que todas las expresiones de mal gusto”.

El encuentro con los amigos de esta tierra resulta siempre un goce para esta espirituana-cienfueguera.

¿Se siente Rosa una de las más importantes y prolíferas compositoras de ese tipo de música promocionada?

“Bien poco”.

¿Qué pasa?

“Creo que esa pregunta se la vamos hacer en la próxima entrevista, tú y yo, a quienes tienen esa responsabilidad porque realmente es poco lo que se hace en materia de educación musical. Y es preocupante. Cuando la música es buena trasciende. Pero, insisto, la formación comienza en las familias y a través de los medios de difusión”.

Entre tantos reconocimientos, Rosa Campo ostenta el Maestro de Juventudes, otorgado por la Asociación Hermanos Saíz, ¿qué significa para la eterna formadora?

“Responsabilidad, decoro, honor, agradecimiento y humildad porque sola no pude haber hecho nada. En esos resultados está la cofradía con las familias de muchos niños con quienes he tenido la suerte de compartir mi arte. Miro hacia atrás y digo: el camino ha sido abrupto, fuerte, pero me he florecido y crecido en cada una de mis canciones”.

Y es que no solo Rosa ha dedicado gran parte de sus años a componer, sino que ha sido guionista, conductora de programas radiales y televisivos, así como líder de proyectos artísticos.

“Es mi responsabilidad como adulta promocionar desde todas las vías el rico repertorio musical con el que contamos y el que surge. Ahora mismo estoy involucrada en la musicalización de poemas de nueve escritores cienfuegueros; una labor compleja porque la poesía tiene música propia”.

De todos los premios, incluidos el Cubadisco y los varios obtenidos en el Cantándole al sol, ¿cuál es el mayor?

“Nunca pensé que llegaran tantos. Y más porque nunca resultó mi intención tenerlos, siempre he sido, como me dijeron una vez, una guajirita que llegó a Cienfuegos —y vuelve la risa estrepitosa—. Pero el mayor es el beso y cariño que recibo por las calles cuando un niño se desprende de la madre y se me tira encima como si yo fuera un parque inflable. También, la permanencia y el reconocimiento de las familias”.

Lisandra Gómez Guerra

Texto de Lisandra Gómez Guerra
Doctora en Ciencias de la Comunicación. Reportera de Radio Sancti Spíritus y corresponsal del periódico Juventud Rebelde. Especializada en temas culturales.

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