Lecturas con aroma de tabaco

Diana Sadi Rodríguez Paz, fundadora de la Fábrica de Tabaco Torcido para la Exportación UEB Roberto Rodríguez Fernández, de Perea, en Yaguajay, hace suyo uno de los oficios legendarios de Cuba

Diana Sadi atesora 26 años de labor en la Fábrica de Tabaco Torcido para la Exportación UEB Roberto Rodríguez Fernández, de Perea. (Fotos: Cortesía de la entrevistada)

Puertas adentro de una pequeña cabina, sin más espacio para una mesa y una silla que sirven de sostén para contar historias, una mujer lee mientras sus compañeros trabajan. Allí, detrás de ese cristal mágico que custodia su voz, el micrófono desafía el hermetismo y las palabras llegan, de a poco, a cada rincón de la galera donde unos cuantos trabajadores tuercen la hoja delicada y oscura del tabaco al compás de la lectura.

Sentada, e incluso de pie, Diana Sadi Rodríguez Paz, lectora de la Fábrica de Tabaco Torcido para la Exportación UEB Roberto Rodríguez Fernández, de Perea, ilustra a esos obreros que, sin mirarla, le imprimen a la hoja la pasión de lo que escuchan. A esta mujer, que hace de su tribuna un sitio socializador y de convite a la sabiduría, le deben estar actualizados sobre el acontecer nacional e internacional, y conocer no pocas obras de alcance universal.

Mas, Diana no llegó a la fábrica por obra del azar. Haber puesto los pies en este sitio se lo debe a una convocatoria lanzada por la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) de la zona, en el empeño de incorporar féminas al quehacer del centro. Han pasado más de 20 años desde ese entonces y no hay un solo día en el que no se oxigene con el olor del tabaco.

“Soy consciente de la labor que realizo, del rol que asumo dentro de la fábrica”, asegura la lectora de tabaquería.

“La primera propuesta de trabajo fue en el taller de clasificado de la capa, hasta que llegué a jefe de brigada del área de clasificado y de materia prima, función en la que me desempeñé durante 18 años. Más tarde me incorporé como operaria del equipo de tiro, labor que todavía asumo de conjunto con la lectura. “En ese momento no contábamos con una lectora disponible y, como yo había apoyado esta labor en otras ocasiones, consultaron mi propuesta con los tabaqueros y fue aprobada por todos”.

En la mesa de trabajo no faltan las ediciones más recientes de la prensa nacional y de la provincia. Diana sabe de sobra que mantener informados a los tabaqueros resulta imprescindible. Del otro lado de las colecciones, variados textos de la cultura universal aderezan su rutina. Cada letra de estos libros es como el aroma que despide un buen habano.

“Las obras que leo las selecciono de diferentes maneras. A veces busco textos en la Biblioteca Pública de Venegas, con la cual mantenemos estrechos vínculos de trabajo. Los trabajadores de este lugar nos visitan y hasta nos hacen préstamos de algunos libros para que los tabaqueros puedan leerlos en sus casas.

“Además, me nutro de alguna bibliografía de la Escuela Primaria Rafael Trejo, centro con el cual fomentamos círculos de interés. Los tabaqueros también me aportan textos de Historia o de cualquier otro tema que ellos crean que pueda despertar interés entre el personal. Leo una obra y, si en en la medida que avanzo, me doy cuenta de que no les agrada a muchos, detengo la lectura y trato de buscar otro texto que puedan disfrutar.

“Es muy difícil complacer todos los gustos porque en la fábrica confluyen muchas edades. Hay jóvenes, adultos, y es complejo que coincidan en sus preferencias. No obstante, he leído obras clásicas como El Principito, Corazón, entre otras que transmiten valores como el amor a los maestros, a la familia, a los amigos… Siempre apuesto por obras que eduquen”, constata.

Dentro de la cabina de la fábrica de tabaco de Perea, Diana es adalid de saberes. De tanto manosear y leer cuanto libro, revista, periódico o suplemento caiga en sus manos su memoria es un armazón de conocimientos.

“Para salir a leer todos los días, me preparo noche por noche en mi casa. Mi propósito es que los tabaqueros sean personas ilustradas, que cuando se incorporen a un grupo de amigos, o a un lugar público, sean capaces de reconocer una pintura famosa, un clásico de la literatura, una obra de teatro o de ballet, porque de eso también les leo en la fábrica”, destaca.

Con las miradas fijas sobre la hoja del tabaco y las manos envueltas entre una y otra torcedura, los tabaqueros resultan fieles oyentes de Diana. No necesitan, siquiera, mover la cabeza para mostrar predilección por una obra. Ellos tienen códigos suficientes para comunicarse.

“Recuerdo que hace tres años se aproximaba el Día de las Madres, y tenía que hacer un matutino especial en saludo a la fecha, como es habitual en el centro. Mi mamá había fallecido en aquellos días recientes. Entré a cabina, comencé a leer sobre el tema y llegó un momento en el que no pude seguir.

“Callé por un instante y ellos hicieron un silencio total. Tuve que dejar la lectura, quedarme tranquila un buen rato, hasta que salí de la cabina. No me despedí, ni siquiera pude decirles lo que me había ocurrido. Sin embargo, cuando salí, todos chavetearon, ese clásico aplauso tabaquero que distingue a todas las tabaquerías de Cuba.

“Ese momento fue muy difícil para mí, pero ellos supieron respetar mi dolor. Todos se quedaron en silencio. No hubo preguntas. Mas, al otro día, les dije lo que ocurrió y fue duro. De hecho, esa es la única fecha en la que no puedo leer”, confiesa y la voz se le pierde como las páginas de los textos.

De frente a los tabaqueros, con la voz afilada y un montón de sueños por cumplir, transcurren los días de Diana. Llegar hasta su centro de trabajo es el resorte que la hace sentir viva.

Y aunque la fábrica no cuenta con un equipo de audio capaz de llegar a todos los departamentos, lleva las lecturas hasta aquellas áreas donde su voz no viaja a través del micrófono. Cada paso está marcado por la entrega.

“Me siento reconocida a través de mis trabajadores, de mis tabaqueros. Soy consciente de la labor que realizo, del rol que desempeño dentro de este lugar. Es mi fábrica y tengo un gran sentido de pertenencia hacia ella. Paso más tiempo aquí que en mi propia casa. Llevo 26 años en la entidad, soy fundadora, y pienso retirarme en este centro”.

Diana Sadi Rodríguez Paz se premia de ser lectora de tabaquería. Quizás por ello, cada jornada es un reto, un desafío con el conocimiento y el aprendizaje. Tanto es así que, con casi tres décadas de labor a cuestas en la Fábrica de Tabaco Torcido para la Exportación UEB Roberto Rodríguez Fernández, de Perea, sigue con los nervios del primer día, cuando los tabaqueros, en señal de aprobación por su lectura, golpean al unísono, con sus chavetas las tapas de madera de sus mesas de labor, y tiran al piso esas cuchillas curvas, ideales para cortar y enrollar la hoja.

Greidy Mejía Cárdenas

Texto de Greidy Mejía Cárdenas

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