En estos tiempos duros, que dejan sus cicatrices en los rostros y la cotidianidad de tantas personas, mencionar el trabajo comunitario integrado, así, sin pelos ni señales, cuando menos, parece una inútil abstracción más, que bien poco aporta a nuestra agreste realidad.
Sin embargo, este método, instalado en las rutinas laborales del sistema del Poder Popular con la perspectiva de que se aplique en todas las circunscripciones del país, nace a partir de muy buenas intenciones y de la más noble y utilitaria de las pretensiones: mejorar la calidad de vida de la población.
La idea, cuyo liderazgo recae en los delegados del Poder Popular en cada barrio o comunidad, incluye la creación de un grupo de trabajo integrado por vecinos con capacidad, entrega y compromiso para asumir la concreción de los intereses colectivos.
Lamentablemente, en estos momentos de crisis, los recursos materiales escasean y los delegados no tienen en sus manos las posibilidades objetivas para resolver los problemas más acuciantes que enfrenta la ciudadanía.
Se sabe que ningún líder comunitario puede disminuir las horas de apagón, bajar los precios, multiplicar los alimentos, abastecer la farmacia, construir viviendas o solucionar la escasez de agua, por solo mencionar algunas de las más apremiantes problemáticas que hoy afectan a los espirituanos y, en buena medida, dependen de soluciones nacionales.
Pero, al menos, contribuyen a aglutinar a la comunidad para, entre todos, buscar soluciones a situaciones sociales que hoy laceran a no pocos barrios: desde difíciles condiciones de vida de mujeres con tres hijos o más, hasta menores que abandonan la escuela, ancianos en situación de vulnerabilidad o jóvenes que no estudian ni trabajan.
Además, con el aporte de todos, en los barrios también pueden remediar esos pequeños problemas que no implican una gran inversión, pero mejoran la vida de muchos; por ejemplo, un salidero en la tubería, eliminar el microvertedero de la esquina o rellenar un bache en la carretera de acceso.
Para ello, los líderes comunitarios deben conocer al dedillo la circunscripción, diagnosticar sus principales angustias e insatisfacciones; y, a partir de ahí, planificar y desplegar acciones concretas con el fin de solucionar puntualmente lo que se encuentra al alcance de sus posibilidades.
Está claro que los delegados no tienen una varita mágica, todos no alcanzan el mismo nivel de preparación y cada uno de ellos enfrenta realidades diferentes. Tampoco presentan igual disposición o interés para trabajar en función colectiva, ni gozan de semejante capacidad movilizadora y de emprendimiento. Por ende, no logran similares resultados en su gestión.
Corresponde entonces a las Asambleas Municipales del Poder Popular capacitarlos, mantener un continuo seguimiento a su gestión y controlar sus desempeños en función del barrio.
Hasta ahora, los mejores frutos del trabajo comunitario integrado en Sancti Spíritus se cosechan, por ejemplo, en la creación de huertos y parcelas en los pueblos y ciudades, donde también se aprecian logros en la solución de algunas problemáticas sociales.
Pero, donde más ha prendido esta labor colectiva es en las zonas rurales: allí la voz del delegado alcanza un superior poder de convocatoria entre los vecinos y las entidades e instituciones enclavadas en esas áreas, para solventar las urgencias más perentorias.
Porque, sin los electores, sin la participación popular, el trabajo comunitario integrado estaría condenado al más rotundo e imperdonable fracaso hoy, cuando su objetivo superior de elevar la calidad de vida mantiene más que nunca una utilidad invaluable, en medio de circunstancias excepcionalmente difíciles como las que padecemos hoy.
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