Mi lugar está en Escambray

Deisy Figueroa, quien 27 años atrás llegó al periódico, donde es rostro de bienvenida y bálsamo para el alma de los de adentro, no piensa en despedidas

En mi puesto actual puedo comunicarme con los demás compañeros, interactuar con la gente que llega. (Foto: Delia Proenza/Escambray)

No habla más de lo necesario; tampoco sonríe sin que venga al caso. Es incapaz de preguntar lo que no le dicen; también, de dejar esperando a alguien sin más ni más. Luego del saludo de rigor estará dispuesta a escucharle y a ayudarle en lo que esté a su alcance. Conoce muy bien su misión; sabe que, aun sin el título de comunicadora que parece tener, de ella depende en mucho la impresión que usted se lleve acerca del periódico Escambray, ya sea en lo presencial o por vía telefónica.

Verdad que la fama de recepción eficaz no llegó allí con ella: viene de más atrás, desde mucho antes que su antecesora Herminia Alonso sentara cátedra en el trato efectivo, afable y dinámico. Quizás aquella tradición comenzó a “cuajar” cuando Severina López (Yiya) y Esperanza Madrigal, sin olvidar a otras recepcionistas más fugaces, hacían los milagros de la comunicación a través de la vieja pizarra. Esta periodista, por ejemplo, tiene a las tres mencionadas en su archivo histórico de memorias porque marcaron hitos importantes en su vida, siempre desde su puesto allí, detrás del buró en la casona de rejas en forma de rombos que distingue el local en la calle Santa Ana. Pero hay que admitir que lo de Deisy Concepción Figueroa Fernández (su segundo nombre fue revelado solo al momento de este diálogo) viene siendo algo así como un amor eterno en el que ni ella ni el medio de prensa parecen decidirse a una separación.

La mayor sorpresa de esa mañana, que cerraría con un café, como era de suponer, es la revelación de su oficio de maestra, ejercido entre los años 1969 y 1973. (Foto: Delia Proenza/Escambray)

UNA MAESTRA DESCONOCIDA HASTA ENTONCES

Llegó allí, motivada por el Che (José Peláez, exadministrador del medio) en enero de 1998 en calidad de archivera, luego de desoír algún que otro consejo de desaliento, más motivada por el ambiente tranquilo y alguna que otra comodidad laboral que por los 25 pesos en que le crecería el salario, en relación con su plaza en el Comité Municipal del Partido.

«Tenía menos esfuerzo físico aquí que allá, aquellas cajuelas rojas pesadas, repletas de expedientes que debía mover a diario, me agotaban mucho.  Debía ubicarlas por núcleos. Cierta vez Ravelo (Humberto Ravelo Bedia), creo que era entonces el segundo secretario del municipio, necesitó ubicar un expediente y para su sorpresa yo fui directo a él porque me sabía el número.

También soy alérgica al polvo y aquí esa situación estaba más controlada», cuenta desde el sofá justo allí donde alguna vez en la década de los 80 y principio de los 90 existió un pantry en Escambray.

La plática ha debido transcurrir sin cuestionario previo, para garantía de su tranquilidad. Pero esta mujer de tez blanca y ojos pequeños, que se le cierran cuando sonríe, solo se protege de cierto miedo escénico, pues sabe expresarse divinamente. De hecho, la mayor sorpresa de esa mañana, que cerraría con un café, como era de suponer, es la revelación de su oficio de maestra, ejercido entre los años 1969 y 1973 en la instancia regional de Educación Ciego-Jatibonico. Entonces instruyó a niños de primero y segundo grados -también a uno de cuarto, quien le agradece hasta ahora -, e incluso permaneció cada semana en aquellos lugares rurales durmiendo en las noches en una de las casas campesinas de El Meso y Ledesma, adonde viajaba en lo que apareciera.

El ambiente de campo le era totalmente cercano, pues, aunque es nacida en Santa Clara vivía en Jicotea, de donde salió a los cinco años para radicarse en un lugar del municipio de Jatibonico llamado Pelayo, y allí residió hasta después de los 22 años, cuando ya le había nacido su primer hijo.

Amante de los animales y de las plantas, nunca se ha desprendido de ciertos hábitos rurales, como barrer un piso de tierra o abonar una planta.

Pero Deisy además de la pedagogía, adonde entró gracias a su inteligencia natural, respondiendo a un llamado, ejerció otros oficios, empezando por labores agrícolas en plantaciones de guayaba, como visitadora en la naciente campaña contra el mosquito Aedes Aegypti allá por los años 80, y en el frente ideológico de la FMC en el municipio de Sancti Spíritus. Tiene un título de técnico de nivel medio en Construcción Civil solo por una exigencia laboral; lo ejerce, admite con una sonrisa, en su hogar durante alguna que otra labor de reparación o remodelación.

DEL ARCHIVO A LA RECEPCIÓN

Comenzó a desempeñarse como recepcionista de Escambray solo después de haberse jubilado en marzo de 2014, con una loable labor en el archivo. Al cabo de 27 años en el medio de prensa pareciera que siempre estuvo allí, lista para escuchar a quien quiera que llame o llegue, y también a quienes desde dentro la procuran para contarle sus cuitas, hacerla partícipe de sus logros o solicitar alguna ayuda. Porque en eso es especialista: en escuchar, guardar las historias para sí y emitir, con cautela de orfebre, algún consejo de la forma más respetuosa. Pero solo si resultara estrictamente necesario.

¿Cómo ha conseguido aplacar los ánimos de algún visitante llegado aquí o que llama por teléfono con espíritu belicista?, indago.

Su paz interior es la clave, y lo demuestra al referir, con la misma parsimonia que suele desplegar en esas situaciones, que cada persona merece comprensión, que hay momentos y circunstancias en que la gente se irrita con todo su derecho a hacerlo, y que nada cuesta explicar.

“A veces buscan al director, o a un periodista determinado, o encaminar una queja, como una señora que días atrás llamó para pedir que le explicaran por qué estaban perdidos los cigarros y por qué en la calle los venden a precios tan exagerados. La sección de las cartas es una de las que más motiva ese tipo de intercambio aquí. Algunos creen que tenemos un departamento de Atención a la Población y vienen buscando a quien lo atiende. Yo les informo que deben remitir una carta, les digo qué no debe faltar ahí y todas esas cosas, y que si no se les ofrece respuesta por el periódico esa inquietud se remite al Gobierno”.

¿Qué escogerías ahora: archivar periódicos, fotografías, ¿grabados y algún que otro documento, que era la función de antes, o trabajar en la recepción?

“Siento que al venir a Escambray llegué al lugar donde debía estar. En mi puesto actual puedo comunicarme con los demás compañeros, interactuar con la gente que llega. Yo todavía me siento bien, y además disfruto venir para acá, para el trabajo. No me imagino quedarme en la casa a menos que sea por una causa mayor, yo necesito esto.

“Me ha ido de maravilla. Tengo sentido de pertenencia por lo que hago, porque me gusta velar por el orden, cuidar las cosas, incluidos los muebles y las plantas, me gusta ver todo bonito y en orden a mi alrededor”, remarca.

Llegó, recuerda, muy poco antes de que Juan Antonio Borrego asumiera la dirección del centro. Gracias a la forma de ser de ambos sus relaciones llegaron a ser de confianza, casi como familiares.

“Era un líder (calla unos segundos).  Sufrimos mucho su pérdida. En la recepción se fijaba hasta en un rayón en la pared o en algún mueble, la pintura de paredes… Era para nosotros como un padre; nos hemos tenido que adaptar a la situación, pero ha sido difícil”.

Cree que Escambray, a pesar de todo, ha logrado sobrevivir. Ha visto un resurgir de voluntad, de energía, de mantener su legado, las cosas que había hecho. “Veo a la gente muy entusiasmada con este nuevo experimento de hace un año, a nosotros los trabajadores no periodistas también nos tienen en cuenta”, precisa.

Adora la armonía, no le gusta ver a la gente triste. Disfruta de la radio y la música, y bailar, aunque no lo hace con frecuencia ni busca nunca ser centro de atención.

Donde quiera que ella esté habrá siempre buena energía. Tiene como una magia para tranquilizar. Ama el optimismo, la positividad, los emprendimientos, los progresos familiares. Ha visto crecer a muchos niños dentro del periódico, y todos la recuerdan.

Mientras hace confesiones y ambas sacamos conclusiones, porque no es de andar dándose brillo en el ombligo, una fotografía en la pared se vuelve centro de atención. Un guerrillero de verde olivo, mochila en la espalda, mira desde lo alto la Sierra Maestra.

Ese hombre, me parece, ocupó un lugar importante en tu corazón, me atrevo a decirle.  Asiente callada. “Fidel fue lo máximo. Sentí un vacío muy grande cuando lo perdimos”. 

Entonces sobreviene la alusión a cierta semejanza entre el líder la isla y el del centro. Concordamos en que el periódico se convirtió, en sus manos, en una especie de país. Callamos. Ella rompe el silencio, con una voz que es casi susurro: “Hemos perdido a dos líderes, pero tenemos que seguir adelante”.

Delia Proenza

Texto de Delia Proenza

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