Minas de Jarahueca: El gas natural que se escurre entre las grietas

Habitantes de las Minas de Jarahueca aceptan, agradecidos, un gas obsequiado por las entrañas de la tierra. Aprovecharlo mejor aún y no dilapidarlo es el mejor modo de corresponder a tal privilegio

La familia de Roberto Clemente agradece esa bondad natural y hace un óptimo uso de ella. (Foto: Pastor Batista Valdés)

La balita del gas (ese pequeño cilindro que si un jubilado decide comprarlo en el ya nada subyacente mercado subterráneo tendría que estar varios meses ahorrando, sin comprar ni una croqueta) no constituye preocupación para quienes habitan en Minas de Jarahueca en la cual, desde hace muchos años, hay garantía del servicio a domicilio durante las 24 horas de todos los días, y además… gratuito.

No incline la ceja en gesto de incredulidad. Le digo más: dudo que la comercializadora de ese producto (Cupet) tenga que gastar ni un litro de combustible para enviar un camión desde la cabecera provincial hasta allí, con cierta cantidad de balitas destinadas a la cocción de alimentos por concepto de igual número de «contratos».

El «arreglo» del vecindario no es con la empresa, sino con la tierra, con la Madre Naturaleza.

Sucede que, «colgada» de una línea maestra, hasta las viviendas llega una verdadera telaraña de tuberías por las cuales fluye un gas natural, de probada calidad, que se filtra por grietas donde no pasa el petróleo durante el funcionamiento de pozos que extraen ese recurso natural allí.

Tal posibilidad permite, pues, encontrar en los hogares no solo la conocida cocina de gas, con una, dos o cuatro hornillas, por las que un chispazo de fosforera hala al instante una llama de hermosa tonalidad azul. Hornos criollos, calentadores de agua, encendedores… forman parte de un panorama que asombra al visitante.

Con una mentalidad heredada de sus ancestros, Dagoberto Martínez agradece ese deferente obsequio de la naturaleza, adopta medidas para realizar un eficiente empleo del mencionado recurso dentro de su hogar, y lamenta que «mucha gente no sabe el tesoro que tenemos, no lo valora y lo derrochan sin medida».

Roberto Clemente Morales, un hombre que le dedicó más de medio siglo de su vida al giro del petróleo, como técnico en mantenimiento de pozos, opina del mismo modo, sobre todo cuando se sumerge en las grietas del tiempo, hacia las raíces del gas en la zona.

Devenido prácticamente un historiador del tema, accede gustoso a comentar que los inicios se remontan a los años 40 del pasado siglo, cuando la región estaba divida en fincas, como las denominadas Rosa de Cancio y Palmarito, con apenas un puñado de viviendas desgranadas, que podían contarse con los dedos de una mano.

Cuentan que un hombre, a quien médicos santaclareños le habían recomendado ambiente sano, natural, se percata de ciertas burbujas mientras tres o cuatro trabajadores abrían un pozo para asegurarle agua al ganado.

Atraído por aquellas emanaciones, raya un fósforo, lo aproxima y brota una pequeña llama. Informados acerca del raro suceso, entendidos en el asunto no dejan escapar la oportunidad y, desde Santa Clara, acude un individuo llamado Rafael Cordero, quien se hace acompañar por una máquina a vapor que funcionaba con leña. Las dos primeras perforaciones no aportarían mucho, pero «prendieron mecha» para que pequeñas compañías comenzaran a operar con rumbo oeste.

Afirman los más longevos que, del último pozo, a unos 132 metros de profundidad, empezó a brotar petróleo de tal modo que corría por arroyos de la zona.

Desde diferentes lugares vino fuerza de trabajo en busca de empleo. Hacia 1955 dos aviadores estadounidenses que habían participado en la Segunda Guerra Mundial iniciaron la inserción de ese país en el negocio.

Los primeros «cachimbos» irían abriendo paso a proyectos ya más emprendedores. De hecho, aquellas compañías iniciales fueron compradas (absorbidas) por el capital entrante.

«Nunca se supo lo que esos pozos en verdad dieron, porque los estadounidenses no dejaban a nadie acercarse a ellos» –afirma Roberto Clemente.

Entre los proyectos estaba la construcción de una refinería que, inicialmente, se concibió a orillas del río Caonao, pero, enterado del asunto, el dueño de esas tierras pidió una suma de dinero tan alta que los inversionistas optaron por instalarla en Cabaiguán, con perspectiva de línea férrea y todo.

La fiebre in english del petróleo, aquí, debe haber recordado en algo, o en mucho, a la reflejada por varios filmes en torno a la búsqueda de oro, allá, en aquella poderosa nación. Los planes concebían una expansión cuyo tren de rodaje se detuvo en enero de 1959.

Posteriormente, fueron perforados algunos pozos más. Algunos de ellos siguen aportando producción.

¿OTRAS GRIETAS?

Que bajo tierra el gas se filtre entre grietas es inevitable. No aprovecharlo, un crimen. No hacerlo del modo más eficiente, lamentable.

Recuerda el propio Clemente que hace años, en Majagua, se dieron pasos para embotellar gas, utilizarlo en labores de oxicorte, en transporte de la empresa correspondiente y en otros usos.

No se trata de un gas cualquiera. La práctica de años y años demuestra que el de Jarahueca es un producto muy noble, con baja presencia de sustancias, por lo que no resulta agresivo ni para los útiles y materiales de cocina, ni para la salud humana.

Quizá la suma de lo que aprovecha y dilapida la comunidad sea insignificante comparado con lo que se pierde año tras año, formalmente, por grietas subterráneas, aunque, en esencia y en verdad, también por otras fallas o cuarteaduras: las del cerebro, las de una mentalidad que en muchos casos no alcanza a ver, a impedir que se escapen y a concretar local, territorial e incluso nacionalmente, ideas y proyectos de alto beneficio social y económico. No digo que sea el caso de las mencionadas minas, pero valdría la pena meditarlo.

Pastor Batista

Texto de Pastor Batista

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