El 11 de marzo de 1876, en el campamento mambí de La Reforma, nació el cuarto hijo de Máximo Gómez y Bernarda del Toro: Francisco Gómez Toro.
A pocos días de nacido, Maceo llegó a conocer al nuevo descendiente de la familia Gómez-Toro y se mostró muy contento. Cuando Manana, como cariñosamente se le llamaba a Bernarda, le contó que tenía una pequeña imperfección en el pie derecho, el Titán de Bronce le que comentó que no importaba, porque el pie que necesitaba un guerrero para montar a caballo era el izquierdo.
El Generalísimo no pudo estar muy cerca del pequeño Panchito en los primeros meses de su vida, pues el compromiso con la lucha por la independencia de Cuba, que ya había convertido en su patria, lo reclamaba. No fue hasta 1878 que logró reunirse toda la familia en el exilio.
El joven espirituano contó con la influencia de tres grandes personalidades de la historiografía cubana: Gómez, Antonio Maceo y José Martí.
El Héroe Nacional de Cuba se refirió a él como la criatura humana con menos imperfecciones que había conocido.
Más tarde, se convirtió en hombre de confianza de su padre y en dos ocasiones casi consecutivas también lo fue de Martí.
A la formación de Panchito habría que sumarle las acciones de combate en las que estuvo involucrado y que, de igual manera, le hicieron merecedor de un bien ganado respeto entre sus compatriotas. Basta señalar que con Antonio Maceo participó en 14 combates, entre los que se encuentran el de Ceja del Negro, uno de los más importantes en la contienda mambisa.
El 7 de diciembre de 1896, Antonio Maceo muere en combate en los campos de San Pedro, en Punta Brava, provincia de La Habana. Entonces, el capitán Francisco Gómez Toro, que no había participado en las acciones de combate, al recibir la noticia, acudió al lugar de los hechos.
Panchito fue herido dos veces y la pérdida de sangre lo debilitó considerablemente. No obstante, él estaba dispuesto a no abandonar a Maceo, sino acompañarlo hasta las últimas consecuencias. Consciente de su deber, encomendó su suerte al lado del Lugarteniente General del Ejército Libertador.
“Muero en mi puesto, no quise abandonar el cadáver del General Maceo y me quedé con él. (…) Lo hago con mucho gusto por la honra de Cuba. Adiós seres queridos, los amaré mucho en la otra vida como en esta”, escribió en su diario.
Con tan solo 20 años, Francisco Gómez Toro hizo una demostración de amor y patriotismo jamás vista.
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