Nunca antes habían deseado su propia muerte algunos esclavos que a diario marchaban en el siglo XIX a las fatigosas jornadas del corte de caña.
Todo lo contrario le sucedía a Paquelé: deseaba vivir con intensidad. Este jovencito, que no sufría el rigor físico ni era azotado, lidiaba con los antojos de sus dueños en el confort de la casona adonde fue llevado siendo un bebé, como regalo para que la señorita se entretuviera con él. A falta de juguetes mecánicos, uno real venía bien.
La jovialidad de Paquelé se esfumaba en presencia de sus amos, pero florecía junto a su amigo Lorencito, con el que se daba chapuzones en el río Yayabo; o siempre que conversaba con Taita Ambrosio, quien solía recordar su fallido intento de ser cimarrón; y cada vez que Ma. Teresa era víctima de sus bellaquerías.
Visto así, parecería idílica su existencia, cuando lo cierto es que esos instantes no eran más que fugaces alivios a su condición de esclavo y a un destino que desconocía y estaba por llegar: el de aprendiz de calesero.
Una vez adquirido con rigor tal oficio, Paquelé fue regalado por segunda ocasión. Ahora, por suerte, a un buen doctor que lo trataba como Dios y las reglas de la dignidad dictaban. Y así, sin buscarlo ni entrar de lleno en el asunto, el muchacho supo de compatriotas que en Sancti Spíritus se oponían a las autoridades españolas, razón por la que fusilaron a un conocido barbero de la ciudad; y su amo, el médico, fue encarcelado.
De tal suerte, sin carta de libertad ni protección, no le quedó otro camino que huir al monte para evitar un injusto encierro en el depósito de cimarrones. Dejar atrás su querida ciudad, donde también se enamoró, era cuestión de supervivencia. Debía ser libre.
Este apretado resumen de novela gráfica Paquelé, que Ediciones Luminaria presentó en versión ebook en la Feria del Libro de La Habana, es el resultado de un prolongado proceso de conversión de la literatura al cómic de Osvaldo Pestana Montpeller (Montos), basado en la obra homónima del reconocido escritor espirituano Julio Llanes.
Montos debió graficar sitios, cuerpos y actitudes, varios de ellos no descritos minuciosamente en el original. Si cada lector de la obra literaria se inventó para sí un rostro y un biotipo del protagonista, de doña Rosario, del fígaro, de la muchacha del río o de Pancho Carús, por citar algunos personajes, Montos los corporiza tan convincentemente que nos codeamos con ellos. Asimismo, para moverlos a gusto, el dibujante hubo de frecuentar casas, parques, archivos y museos en Sancti Spíritus y Trinidad, afines al siglo XIX, para documentarse y evitar errores de anacronismo de los entornos y los objetos.
El texto del cómic, no por ser bastante fiel al del libro, supuso menos esfuerzo. En ocasiones Montos tuvo que sintetizar cuidando de que no se perdiera la esencia; en otras, reforzó visualmente lo que las palabras no brindaban.
El término novela gráfica, especificado en la cubierta, obedece a que es un álbum extenso que fusiona con éxito lo gráfico y lo literario, y en el que varios personajes muestran su complejidad psicológica.
No podía esperarse menos de Montos, historietista excepcional que a golpe de perseverancia y talento obtuvo en Cuba los más preciados premios que se han convocado tocantes al cómic. El libro es su homenaje a la ciudad donde forjó amigos y emergió profesionalmente.

Tanto Montos como Arturo, el historietista y el editor, ya dejan huellas en la cultura espirituana por su trabajo en la gráfica. El escritor Julio Yanes «dejó servida la mesa» para el banquete de Montos y Arturo. Enhorabuena, muchachos!!!!!!.
Gracias. Nos enorgullece su comentario.