Hasta cerca de las once de la mañana se conocía que el Campeonato Nacional de Fútbol iniciaría dos jornadas después. A los pocos minutos, un mensaje “desde arriba” le indicaba a Pedro González, el comisionado provincial de la disciplina, la suspensión del evento.
Con los últimos toques de su preparación un día antes, los integrantes del equipo juvenil de béisbol de Sancti Spíritus, recogieron sus bártulos, tras el anuncio “repentino” de la suspensión del evento nacional, programado para iniciarse el día siguiente. Años atrás el calendario ha quedado trunco o no ha podido efectuar subseries.
Dejaron atrás semanas y meses de sudor, entrenamiento, ilusiones. La misma suerte corrieron atletas y técnicos del hockey sobre césped con su evento nacional, programado para Ciego de Ávila este propio mes; o las muchachas del baloncesto que afinaban puntería para su Liga Élite, que incluso, había ideado un formato, aparentemente factible para acomodarse a los designios de las actuales circunstancias del país.
Pero el fenómeno de los eventos programados con antelación y suspendidos casi a las puertas de su realización no es de ahora. Las difíciles condiciones económicas del país, agravadas por la crítica situación electroenergética, han impuesto esta realidad al movimiento deportivo cubano y eso resulta entendible si nos atenemos a que cada torneo demanda de una logística, básicamente, de alimentación, transporte y alojamiento, garantías que no siempre son posibles en un país que no ha podido garantizar en los últimos meses ni el arroz de la canasta familiar normada, por razones archiconocidas.
Y aunque esta no es la misma suerte que corren certámenes de todo tipo celebrados en Cuba por cuanta institución y organización se le ocurra para fomentar un “eventismo” preocupante en el escenario actual de la isla, lo que no resulta entendible es que en el caso del deporte se insista en un calendario que hoy no es viable y, mucho menos, que se suspendan de ahora para ahorita cuando muchas veces se conocen desde mucho antes las causas.
Lo contradictorio es que, aparte del derroche eléctrico de un Latinoamericano encendido en medio de un país apagado para una injustificada selección de refuerzos de cara a la tercera Liga Élite del Béisbol, se organice y desarrolle un torneo que las circunstancias aconsejarían quitar, además de por cuestiones económicas, por inviable en un contexto donde muchos peloteros no quieren jugarla, se rellenan equipos con atletas que no son tan de élite y lo peor: no ha logrado prender en la afición.
Lo contradictorio es que se priorice su realización por encima, incluso, de los torneos de categorías inferiores, a pesar de que la Federación Cubana de Béisbol ha dicho que es parte de su estrategia el desarrollo del deporte en la base y en esos segmentos etarios.
Pero retomemos lo de las suspensiones. El Inder en su conjunto deberá replantearse qué hacer con el calendario competitivo tanto nacional como en cada una de las provincias, ya que esto de las suspensiones, al parecer, no tiene solución inmediata y sobre todo qué hacer con el presupuesto que cada año se destina para este, pues, obviamente, si se programan es porque existe respaldo monetario para hacerlo.
Pueden cambiarse los formatos, recortar calendarios, apelar a las famosas burbujas con que una vez se desarrolló la Serie Nacional y las variantes que sean factibles, para lo cual el organismo tiene suficiente potencial humano y profesional para proyectarse soluciones, ya que nada indica que a corto plazo el escenario será diferente.
Lo que no debe primar es esa suerte de incertidumbre hasta última hora que agrava otros males agregados a una simple suspensión y habría que ver si quienes dominan la información y adoptan las decisiones se enteran siempre tan bola y corredor como lo transmiten hacia abajo.
Se entrena para competir. Tales paradas de golpe no solo traen repercusiones negativas en la forma deportiva y hasta en la salud física y psicológica de los atletas, quienes tienen que adaptar su anatomía a diferentes cargas de entrenamiento programados en ciclos y microciclos durante un tiempo. ¿Cómo retener a atletas que llevan tres años sin competir cuando esa es una de las esencias del deporte? ¿Cómo evitar el desinterés, el desánimo y el éxodo de atletas y entrenadores, no solo hacia el exterior, sino hacia sus casas u otros sectores sociales?
No es secreto que equipos como el de hockey de mujeres de Sancti Spíritus, pese a ser de los tradicionales medallistas, haya pasado trabajo para completar sus integrantes porque muchas se fueron en los últimos años, similar a lo que le ha sucedido al baloncesto, por solo citar dos ejemplos.
Está también en juego la seriedad de los propios calendarios y cronogramas, para no hablar de la afición, privada de seguir el evento de su interés y, mucho más, de los padres que incurren en gastos de miles de pesos para poder sostener tan solo la preparación de sus hijos-atletas que luego no compiten.
Únele a ello los desaguisados que entraña la conformación de equipos Cuba para eventos internacionales sin suficiente criterio de selección y donde pueden hasta aflorar prácticas como el amiguismo al no poder efectuare eventos previos que midan calidad y rendimiento.
Está en entredicho el futuro deportivo del país, la garantía de su escalera en la formación de talentos de cara a sus compromisos internacionales de mayor rango, entiéndase Juegos Olímpicos, Panamericanos, Centroamericanos, Mundiales; ya los más recientes, incluida la cita de París 2024, dio claras señales.
No es tan simple, entonces, programar ahora y suspender ahorita cuando está en juego uno de los estandartes identitarios de la cultura de esta nación.
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