En mi pueblo escuchaba con admiración hablar de un hombre cuya pasión por sanar era reconocida. Y es que, precisamente allí, nació uno de los médicos más queridos y respetados de estos alrededores.
Desde sus humildes comienzos, en su tierra natal Fomento, hasta convertirse en un referente en la comunidad médica del país, el doctor en Ciencias Pedagógicas y especialista en Segundo Grado de Medicina Interna Berto Delis Conde Fernández, o mejor, Berto Conde —como la mayoría lo conoce— es un vivo testimonio de consagración, sacrificio y vocación de servicio.
Con la humildad que lo ha conducido por más de 45 años por los caminos de las Ciencias Médicas, se presenta ante la solicitud de Escambray, justo en el lugar al cual ha dedicado parte de su existencia: el Servicio de Medicina Interna del Hospital General Provincial Camilo Cienfuegos, de Sancti Spíritus.
Con su bata blanca, larga e impecable, descubre mediante un diálogo afable lo más profundo de su persona y el agradecimiento eterno a quienes lo formaron desde su niñez.
“Estoy agradecido de todos los que contribuyeron a mi formación. Tuve la suerte de ser fomentense porque, sin chovinismo, pienso que Fomento es un lugar que ha tenido magníficos educadores, y haber hecho la Primaria y la Secundaria en Fomento fue determinante para mi futuro”.
¿Cómo decide estudiar Medicina?
“Siempre me gustó la Medicina, incluso, desde niño. En mi familia no había ninguna persona dedicada a esta carrera. Yo procedo de una familia humilde. Aunque, sí, tuve referentes. Uno de ellos, fue el doctor Eusebio Brooks, que vivía cerca de mi casa. El doctor Fernando Miranda, quien era el papá de compañeros míos de estudio muy queridos, y el doctor Rodríguez Celorio, una personalidad de la Medicina en el pueblo. Con todos mantuve muy buenas relaciones. Y bueno, decidí en el preuniversitario solicitar la carrera, la cual estudié en la Universidad de La Habana”.
¿Cuándo siente la necesidad de investigar?
“Tuve la suerte de que cuando inicié la carrera comenzó con nosotros el primer plan de estudios integrado de la carrera de Medicina en Cuba. Ese plan se fundamentó en lo que hoy se considera el mayor aporte científico de la educación médica, que es la educación en el trabajo. Es una forma de organización de la enseñanza en la cual el estudiante aprende mientras trabaja. Y de una manera u otra participa de forma progresiva en el proceso de atención médica. A partir del tercer año de la carrera, todas las asignaturas se cursan en los servicios de Salud. Hice mi tercer año en el Hospital Docente Clínico Quirúrgico Joaquín Albarrán, en La Habana. Me gustó mucho el modo en que se aprendía con los pacientes. Allí me incorporé a la investigación científica. Vino mi primer trabajo científico estudiantil. Ofertaban junto con la carrera en ese momento una opción que consistía en pasar una serie de cursos, los cuales se llamaban cursos paralelos. Ese mismo año, se reinició el Movimiento de Alumnos Ayudantes, y yo me incorporé a través de ese sistema, etapa en la cual accedí a la investigación.
“Así, me he mantenido tratando de vincular los tres elementos que distinguen la calidad del modelo cubano de salud pública, que son la asistencia médica, la educación médica y la investigación”.
La caballerosidad distingue al doctor Berto. Recuerda, con una paciencia conmovedora, el pasado, acompañada de una lucidez poco común. Tal parece que vuelve a experimentar con cada oración su recorrido repleto de no pocos sacrificios y escasas horas de sueño.
Su amor infinito a esa noble profesión que busca aliviar el sufrimiento y mejorar el estado de las personas, hace fascinante el diálogo.
“Cuando me gradué hice el posgraduado. Me correspondió el servicio médico rural en El Pedrero, en la época en que todavía no existía la carretera que hay en la actualidad, pues estaba en construcción. Tenía una gran carga asistencial. Cuando terminé mis tres años de servicio fui a cumplir misión internacionalista en Etiopía; pero, como había hecho el último año de la carrera —que es el internado vía directa— en Medicina Interna, cuando llegué ocupé esa responsabilidad. En el centro atendía dos salas y, además, una sala de atención a pacientes tuberculosos. Aproveché todas las oportunidades de superación. Hice docencia con la escuela de Enfermería y trabajé en la investigación. Obtuve premios en el curso de la misión en Etiopía con investigaciones importantes concebidas en el lugar. Una de ellas, que yo recuerdo con mucho cariño, fue un estudio clínico de la tuberculosis donde se describieron todas las formas pulmonares y extrapulmonares de la enfermedad. Allí las había todas. A mi regreso decidí continuar en Medicina Interna”.
Con la vista puesta en aquellos años de juventud, rememora ese amor infinito y perdurable por su especialidad. Cuenta con un orgullo desbordante por qué decide ser el “clínico” de tantos.
“Me gradué en el año 1985 de especialista en Medicina Interna porque para mí es una especialidad muy completa. Se dedica a fundamentar la prevención, el diagnóstico y el tratamiento de las enfermedades en la persona adulta. Lo que diferencia a la Medicina Interna de otras especialidades clínicas es la visión integral de la persona. Por ejemplo, el cardiólogo trabaja la enfermedad del corazón; el neurólogo, la enfermedad del cerebro, y así sucesivamente; pero el clínico, el internista, como también se le conoce, trabaja el individuo humano en su integralidad: el proceso de atención médica, la educación médica y la investigación”.
¿Qué importancia le concede usted a los aportes científicos en esta especialidad?
“El aporte científico más grande que nuestra especialidad ha hecho, pienso yo, a las ciencias médicas y a la ciencia en general, es la fundamentación de una metódica científica para trabajar con las personas, que le llamamos el método clínico. Nuestra especialidad no es una especialidad de aparataje, no es una especialidad de equipos sofisticados; nuestra especialidad defiende el principio del interrogatorio, y el examen físico que el médico realiza al enfermo. Cuando el médico es capaz de hacer un buen interrogatorio con el paciente, tiene en sus manos el 90 por ciento del diagnóstico. Si a ello le suma un buen examen físico, tenemos el 95 por ciento, y vamos a dejarle el 5 por ciento restante a lo que aporte la tecnología.
“Hoy el mundo se mueve aceleradamente en el contexto de una revolución científico-técnica. Estos son los momentos de la inteligencia artificial, de la tecnología avanzada, que contribuye mucho al trabajo del médico, no vivimos a espaldas de eso; aun así, defendemos el criterio de que nada es más importante que ese vínculo directo mediante conversación y examen con tus manos, con tu vista, con el sentido del oído”.
Cuando vamos a las aulas con los estudiantes y conversamos con los especialistas que tiene el servicio, se refieren a usted como el profe Berto. ¿Cuánta satisfacción le ha traído la docencia?
“En el año 1984 obtuve la categoría docente de instructor y comencé un proceso de preparación docente a la par de la asistencia médica. Hice los cursos básicos y medios de pedagogía y me gustó mucho; me enamoré del proceso docente. Por una situación coyuntural, al inaugurarse el hospital Camilo Cienfuegos, el 27 de julio de 1986, ocupé la vicedirección docente del centro. Tuve la suerte de integrar el primer Consejo de Dirección. Éramos pocos, me desempeñaba paralelamente como vicedecano para el área clínica de la universidad, en aquel momento Facultad de Ciencias Médicas —cuenta con una sonrisa en el rostro, como si recorriera aquellos tiempos—. En el año 2000 me formé en la Maestría en Ciencias de la Educación Superior en el Centro de Perfeccionamiento de la Educación Superior de la Universidad de La Habana, en conjunto con la Filial Universitaria de Sancti Spíritus. Ese momento marcó mi vida. Me dotó de herramientas muy importantes para mi labor tanto docente como científica. Continué mi formación hasta que defendí en el 2011 el doctorado en Ciencias Pedagógicas”.
Evoca su recorrido y refuerza ahora una idea que no podía faltar en esta conversación: “Yo quiero que tú pongas en la entrevista que yo me siento profundamente agradecido de mi formación doctoral en la Facultad de Ciencias Pedagógicas de la Universidad José Martí Pérez de Sancti Spíritus (UNISS). Este doctorado me permitió trabajar en profundidad la investigación científico-pedagógica. Me dio la oportunidad de formar parte de la comisión doctoral del programa de nuestra universidad, también con Villa Clara y con Cienfuegos.
“En estos últimos años de mi vida el trabajo en formación doctoral ocupa un espacio importante, pero no porque eso implique que abandone lo demás —afirma convencido—. Me viste en el aula donde estoy, dentro de una sala, con los estudiantes de pregrado, que me encanta”.
Investigar es otra de las pasiones que roban las horas y los días al doctor Berto Conde.
“Cuando tú haces de la investigación científica una motivación en tu vida, nunca dejas de investigar. Por eso, en estos momentos trabajo en tres proyectos. El año pasado cerramos uno que estudió el diagnóstico y tratamiento de las infecciones respiratorias después de la covid y presentamos un protocolo de actuación”.
Mientras el equipo de Escambray aguardabala llegada del doctor, una noticia irrumpía: la Academia de Ciencias del Citma otorgaba a dicha investigación uno de sus premios más importantes, a propósito del Día de la Ciencia Cubana.
¿Cómo ha logrado conjugar la investigación, la atención a los pacientes, la docencia y el cuidado de la familia?
“Mi familia es la potencialidad más importante que me ha dado la vida. Agradezco a la vida la familia que tengo. Mi esposa ha sido determinante en lo que he logrado, es un poco el héroe anónimo de esta batalla. Me dio dos hijos que se han dedicado también a la Medicina y a la investigación. Formamos una familia, mi mayor tesoro y mi apoyo más grande.
“Siendo vicedirector del hospital, las guardias eran de 24 horas cada dos días, y los niños estaban chiquitos. Ellos corrían por estos pasillos, aquí crecieron. Mi esposa en la casa me garantizaba lo que yo no podía, en cuanto a atención de los niños; y creo que eso ha sido fundamental”.
¿Cuál es su visión sobre el estado actual de la Medicina Interna en la provincia?
“Poco a poco se han formado magníficos especialistas de Medicina, y ocupan un lugar relevante en el sistema de salud de la provincia, no solo en el Hospital, sino en los municipios. En cada una de las áreas de salud hay un clínico, y aportamos a otras especialidades. Muy importante es el hecho de que tributamos especialistas dedicados a especialidades trascendentes como la Terapia Intensiva, la Medicina de Urgencia y Emergencia, por mencionar algunas. Por ello, se evidencia un servicio preparado y profesional.
¿Se imagina sin la Medicina Interna?
“No, no. Si volviera a nacer, volvería a ser clínico. La defiendo a capa y espada. Este servicio donde nos encontramos es mi vida. Llegué aquí al hospital ya en el primer año de la residencia. Mi sala de Medicina fue la primera, que, en aquellos tiempos, desarrolló algo muy bonito, llamado el Movimiento de Unidades Modelo. Mi sala fue Unidad Modelo. Y fue el primer Colectivo Moral que tuvo el hospital.
“Aquí con mucho agrado veo cómo los que pasaron por nuestras manos hoy, muy acertadamente, conducen el servicio y le han dado continuidad a la obra que, cuando comenzó el hospital, un pequeño colectivo de siete especialistas echó a andar”.
Exelente profesional de la salud espirituana, baluarte de la medicina interna, médico, profesor, investigador y exelente ser humano.