A Carlos Antonio Rodríguez Rodríguez lo conoce hace 30 años. Para Leticia Rodríguez Cabrera él representa su mayor patrimonio, al convertirla en madre. No pongo en duda la transparencia de las palabras de la directora del Hogar de Niños sin Amparo Familiar de Cabaiguán, pero esta maestra de Matemáticas erró en un cálculo.
Su primogénito tiene hoy ocho hermanos.
“Al incorporarme aquí en 2020 vivían 10 menores de edad. En la actualidad acogemos a Belén, de cuatro años; Abraham, de seis; Amanda y su hermana Rosabel, de ocho y 10, respectivamente; Jennifer tiene 14; Omeidy, 15; y María Karla y Ángel cumplieron 18”.
Oriundos de varios territorios de la provincia, algunos encontraron la candidez de un abrazo en la casona que mira al Paseo cabaiguanense, al privárseles a sus progenitores la responsabilidad parental. El resto, hijos de reclusos, aguardarán en el centro hasta que sus padres se reinserten a la sociedad.
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“Nacira Cruz Acosta, en aquel momento directora municipal de Educación, me comentó sobre la necesidad de asumir la institución, muy diferente a una escuela. A quienes recibimos vienen marcados por trastornos, al proceder de familias disfuncionales. Familiarizada con cada diagnóstico, soy la madre de todos en un lugar donde el amor suple lo demás”, detalla.
Una llamada telefónica pausó la conversación. Del otro lado de la línea móvil una de las cocineras, que permaneció dos días seguidos contoneando a los niños e intentaba descansar en casa, interrogaba a Leticia para saber de Abraham, la inquietud de todos.
“La enfermera va con él camino al Hospital Materno-Infantil. Parece ser catarro. Anoche prácticamente no pegamos un ojo velándole la fiebre”.
A semejantes sobresaltos ninguna de las tías se acostumbra. “Abraham es asmático y alérgico. Cuando llegó era demasiado tímido. Solo comía era arroz y aceite. Variamos su alimentación y ya tiene roce social”, revela mientras cuenta los días para verlo recuperado.
Desde su oficina, Leticia tiene una vista panorámica del Hogar. Sin tiempo a veces ni para degustar un café, alerta que Belén anda de sabina por el patio donde María Karla celebró sus 15 primaveras.
“Esta casa tiene más prioridad que la mía propia. Claro que surgen situaciones. Ahora mismo contacté con los piperos para asegurar el abasto de agua potable. A los niños se suman los integrantes del colectivo. Apenas rompe la semana paso revista a lo que tenemos a la mano”.
“Las donaciones recibidas de productores como Yoandi Rodríguez Porra, Aniesky de la Cruz Yanes, Ana Guerra, Niuve Pérez, Alex Castañeada, Maikel Torres y Edelvis Siles; de la Cooperativa de Producción Agropecuaria Juan González, de la Refinería de Petróleo Sergio Soto, del proyecto de desarrollo local y heladería Triple K y de otras entidades representan una ayuda en circunstancias complejas”, confiesa acerca de esas entregas salvadoras.
Antes de que asome la primavera, planifican las excursiones de verano. De la costa a la campiña va la familia, agradecida por escapadas gratis. Será este el último viaje junto a María Karla y Ángel, en espera de estrenar una vivienda, presente que les hace el Estado al cumplir ambos la mayoría de edad.
Cuando el nido comienza a quedarse vacío, ha tenido que virar la espalda para disimular las lágrimas. Más relajada, cree sentirse lista para un hasta pronto.
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“Las despedidas entristecen. La añoranza sigue ahí, pero mantenemos la comunicación. Esta es la aventura más emocionante que he vivido en mi trayectoria de trabajo”, afirma con casi cuatro décadas de experiencia en el sector moldeando a generaciones de cabaiguanenses.
A propuesta del Ministerio de Educación, en 2024 recibió un reconocimiento especial, el premio conferido por la titular del sector, Naima Ariatne Trujillo Barreto, que comprobó en primera fila la consagración y aportes de Leticia, Mami, como la miman sus hijos.
“La condecoración me enorgullece y estimula a continuar dedicada a los niños para que se formen como hombres y mujeres de bien. Dentro de tres años presentaré la jubilación. Antes me queda tiempo en el Hogar o con la tiza en la mano”.
Resistirse al aula le cuesta a la exprofesora de la desaparecida Escuela Secundaria Básica en el Campo Augusto César Sandino. Allá, en La Campana, dejó una etapa aprendizajes entre los surcos y el pizarrón. Luego, llegaron otras historias.
“Del plantel Tomás Pérez Castro guardo recuerdos inolvidables. Inicié con un grupo de primer grado y los mantuve hasta que terminaron los estudios primarios. El vínculo era tal que apurábamos los fines de semana para reencontrarnos el lunes”.
Llegar a la Dirección Municipal de Educación en la piel de metodóloga de las asignaturas Ciencias Naturales, Geografía y El Mundo en que Vivimos se lo ganó por esa capacidad suya de desdoblarse en la clase. Alto hablaron el prestigio ganado y su naturalidad.
“Disfrutaba ver el avance de los alumnos en las materias. En ese período participé en la preparación de los educandos con vistas a las evaluaciones correspondientes a ediciones del Estudio Regional Comparativo y Explicativo”.
A Leticia Rodríguez Cabrera la contenta barrer vulnerabilidades, ofrecer protección y albergar esperanzas en los pequeños. “Si volviera a nacer, igual sería maestra. Me gusta enseñar, siempre ha sido mi vocación”.
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