Toda la consagración que le ha dispensado Carlos Arias al tiro deportivo se resume en lo que es su mejor disparo: ser seleccionado como el mejor árbitro internacional de la provincia en 2024.
Le llegó en las postrimerías de una rica carrera de cerca de cuatro décadas. Quizás por eso lo sienta como el reconocimiento a la obra de la vida, más que al trabajo de un año. Porque a este deporte se dedicó en cuerpo y alma desde que entró en con 14 años como atleta cuando estaban en auge los torneos de la SEPMI y luego cargó el arma de la enseñanza en 1988 como entrenador en el combinado deportivo Mártires de Barbados donde laboró la mayor parte de su vida: “Hicimos un campito de tiro, en la escuela de Bayamo. Desde ahí fueron muchos los niños que ingresaron a la EIDE Lino Salabarría”.
Pero esa base lo llevó no solo a adentrarse en el mundo del tiro, sino de conocer y enamorarse del arbitraje bien temprano. “Empecé en los Juegos Escolares, no recuerdo si los primeros o los segundos. Me gustaba, incluso antes de ser entrenador, siempre me fijaba cómo era la forma de calificar y todo lo que tenía que ver con el arbitraje”.
Y comenzó así una trayectoria que lo llevó a todas las ediciones de Juegos Nacionales Escolares y Juveniles, eventos nacionales e internacionales como el Cerro Pelado y Copas del Mundo efectuadas en La Habana en los primeros años de la década del 90.
Con tal aval y su condición de árbitro internacional, llegó en el 2023 a los Juegos Centroamericanos en El Salvador y los Panamericanos de Chile. “Fueron experiencias muy buenas, aprendí cosas que no sabía. Ahí te enfrentas a la realidad, todo es nuevo, se mide todo, se revisan los componentes de la pistola y el fusil. En la primera se mide el disparador, el peso, el agarre, las botas y lentes del tirador. En el segundo tienes que ver lo que es la medición, el peso, la chaqueta, los guantes, el pantalón, los lentes, los cintos…”.
“Ya en una final, uno es el que tiene que chequear ya que se selecciona por cada hit dos o tres atletas y hasta cuatro y a esos son los que hay que inspeccionar. Si uno de ellos tiene una cosita mal, ya está descalificado y pierde la competencia. Somos control de equipo, que es el que verifica todo el armamento, el vestuario de los tiradores, antes y a la hora de competir”.
Para quien ha estado toda su vida en campos donde el tiro se practica casi a pulmón, el cambio a un escenario totalmente diferente supuso un “entrenamiento” particular: “Desde que me dijeron que iba a trabajar en esos Juegos, enseguida me busqué los libros que tenemos y me puse a estudiar y a practicarlo aquí mismo con los mismos atletas: no tenía los mismos equipos, pero hacía más o menos lo posible para cuando me enfrentara a esa realidad no ir de cero. En El Salvador tuve un profesor del que aprendí bastante, pero en Chile tuve un maestro, un árbitro mexicano, que fue el que me perfeccionó, me mandaba a hacer las cosas para que yo aprendiera cada vez más”.
Y aquellos disparos lo llevaron en el 2024 al Mundial Juvenil con sede en Perú. “Tuve que hacer de todo porque trabajamos solo cuatro y teníamos que estar corriendo de una cancha para la otra. A veces se tenía que quedar uno en control de equipo para hacer todas las verificaciones de las armas. ¿Qué pasa? Que durante toda la competencia la atleta puede ir a verificar su pistola o su fusil y en cualquier momento. En Perú eran como 100 atletas y eso era constante y uno decía: “¡Mi madre!, ¿cuándo acabamos? Entrábamos a las ocho de la mañana y hasta las cuatro de la tarde, cuando tira el último, no nos vamos de ahí. En otras competencias pueden ser 300, 400 tiradores, y es muy fuerte”.
Decidir si un atleta se descalifica o no trae aparejadas no pocas tensiones. “Eso es fuerte y es lo más difícil de todo. Por ejemplo, cuando se está tirando con la pistola y uno tiene que pesarla, debo estar más que sedado y fijarme bien lo que estoy haciendo, cómo la cojo; un errorcito mío lo paga el atleta porque es descalificado y pierde un año completo”.
Chile le deparó una de las decisiones más difíciles: “Tuve que descalificar a una colombiana, tres veces pasó y tuve que llamar al entrenador, al jefe de línea, a todo el mundo para que verificara. Se puso contra mí y decía que yo estaba poniendo mal las cosas, pero ella misma fue a otro lado y lo verificó y se sabía que ella hacía sus trampitas, pero es dificilísimo”.
Son esas tensiones las que lo llevan una y otra vez a los libros: “Todos los días tienes que estudiar mucho porque los atletas saben igual que uno. Si estás haciendo una cosa mal, ellos mismos te dicen: ‘No, pero este árbitro no sabe lo que está haciendo’”.
Así y todo, no se considera infalible: “Como todo, uno puede equivocarse, por eso pido ayuda y digo: Profe, no sé lo que me está pasando. Son cosas normales que suceden. Lo importante es no cometer errores”. Y ser imparcial, también. “Tanto en El Salvador como en Chile tuvimos que arbitrar competencias donde estaban cubanos, pero somos neutrales. No tenemos que ver nada con nadie, puede ser cubano, mexicano, de donde sea. Hay que regirse por lo que dice el reglamento internacional”.
Claro que los libros no bastan: “Es difícil ver a un árbitro de tiro que no haya pasado por el tiro, por un campo, porque el problema es que tienes que conocer las armas, su funcionamiento, cómo manipular una pistola, saber emplear el velocímetro para medir la velocidad del arma, dónde poner la bala, en fin, tienes que conocer las dos armas y eso lo ves en el campo”.
A la hora en que supo de su elección como mejor árbitro internacional de la provincia, sintió el mismo efecto de un disparo de 10, a sus 63 años, ahora en la EIDE Lino Salabarría: “Es un reconocimiento que a uno lo estimula a trabajar más”.
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