No puede encontrarse en todo el Caribe insular un lugar que haya llegado hasta nuestros días tan bien conservado.
En Trinidad todo seduce; desde la opulencia de sus edificios hasta los pequeños detalles: las aldabas en la puerta de las viviendas coloniales, las losas bremesas que visten los suelos de la villa, los aleros de tornapunta, los balaustres de madera, sus noches bohemias, la luz del atardecer, los puntos sobre la randa…
Los trinitarios y sus descendientes viven con orgullo los encantos de la urbe y, aunque el acontecimiento se festeja en los primeros días de enero, la historiografía no ha podido definir la fecha exacta de su fundación.
EVIDENCIAS HISTÓRICAS
Que si la villa se fundó en 1513, que si nació a orillas del río Arimao, que si fue el padre Bartolomé de las Casas quien ofició la primera misa a la sombra de un jigüe como se recoge en algunos documentos… Lo cierto es que el afán de fijar una fecha ha desvelado siempre a historiadores, cronistas y periodistas.
¿Qué día pudo haber sido? Luego de más de 30 años de búsqueda minuciosa en libros de Historia y antiguos legajos, Bárbara Venegas Arboláez, Historiadora de la Ciudad, intenta despejar esta gran incógnita en torno a la génesis de la villa.
“No existe un día exacto —expone categóricamente—. Los investigadores hemos llegado a la misma conclusión: la conquista y fundación de los primeros asentamientos en Cuba fue un proceso que tomó su tiempo. No fue un momento romántico, ni apacible, sino una operación militar de la corona española bajo el mando del adelantado Diego Velázquez de Cuéllar.
“Tras controlar la rebelión de los indígenas en la zona oriental y quemar a Hatuey en la hoguera, están creadas las condiciones para la conquista y colonización de la isla.
“Al continuar su bojeo por el sur rumbo a la Bahía de Jagua, Velázquez y sus tropas llegan el 23 de diciembre al río Táyaba. La proximidad de la Navidad los retuvo en estas tierras. El adelantado eligió el sitio y allí escuchó la misa del día 25, oficiada por el franciscano fray Juan de Tesín y no por el padre Bartolomé de las Casas”.
Los sucesos posteriores —sostiene Bárbara Venegas— se infieren al estudiar las Cartas de Relación del Repartidor de Indios Diego Velázquez a su Alteza Fernando El Católico (1 de abril de 1514).
“En este documento relata lo que ha sucedido en esos años de la conquista. Dice que se funda la villa de la Santísima Trinidad a orillas del río Arimao, un lugar de tierras fértiles y bueno para criar ganado, pero no precisa una fecha exacta.
“Se deduce entonces que tras la misa de Navidad necesita unos días para llegar a la Bahía de Jagua, reunirse con las tropas y regresar; por eso la fundación ocurre en los primeros días de enero.
“En cuanto al sitio fundacional, en sus crónicas de Historia de las Indias, Bartolomé de las Casas cuenta cómo la villa que Velázquez pensó constituir en las márgenes del Arimao se trasladó diez leguas hacia el oriente, a una zona con mejores condiciones geográficas y que coincide con el emplazamiento donde finalmente se erigió la Santísima Trinidad”.
Pero al margen de estos dilemas históricos, cada enero llega con aires de festejos y solemnidad por un acontecimiento que ha marcado bien hondo la vida de quienes habitan esta ciudad mágica e imperecedera.
PATRIMONIO Y TURISMO, UNA RELACIÓN EN ARMONÍA
Trinidad es hoy una de las plazas importantes del turismo cultural en la isla, una modalidad que pone al visitante en contacto con la historia, el patrimonio y la identidad; mas para que este proceso sea efectivo se debe concebir como una experiencia respetuosa de diálogo, intercambio y aprendizaje.
Para Yaneisy González, subdelegada del Turismo en la ciudad, “los recursos patrimoniales son el principal atractivo de este destino, por lo que preservarlos resulta una inversión necesaria y mutuamente beneficiosa”.
En ello coincide Radelex Cartaya, director de la Oficina del Conservador de Trinidad y el Valle de los Ingenios, pues el criterio de los expertos debe ser siempre tenido en cuenta a la hora de crear nuevos productos turísticos.
“Hay que monitorear además el número de visitantes en el Centro Histórico para evitar una sobrecarga, así como controlar otras actividades y servicios, los cuales pueden dañar la estructura de edificaciones y hasta el propio empedrado.
“No obstante —sostiene— el turismo constituye un ente acelerador de las industrias creativas y muestra de ello son los más recientes reconocimientos internacionales de Ciudad Artesanal y Ciudad Creativa”.
Para el visitante resulta, sin duda, una experiencia única la de disfrutar la estancia en una antigua casona colonial con oferta de alojamiento, visitar los palacetes convertidos en museos, recorrer las haciendas y antiguas fábricas de azúcar, degustar un plato tradicional o trasnochar en uno de los bares que conforman ese entramado de servicios turísticos en la urbe patrimonial.
Isabel Rueda, directora del Museo Romántico y defensora del patrimonio, confiesa también su admiración: “Es una ciudad con un gran acervo cultural. Tiene una riqueza y un patrimonio inmaterial increíbles; las tradiciones están vivas y las llevamos bien adentro”.
El turismo en un sitio como Trinidad constituye un desafío y una oportunidad a la vez para todos los sectores de la sociedad por los beneficios económicos en función del desarrollo local; desde la premisa siempre de un profundo respeto y cuidado por el patrimonio cultural que nos hace diferentes y nos identifica ante el mundo.
LA CIUDAD, EL BIEN MÁS PRECIADO
Conocedores de la joya que habitan, los trinitarios han venido restaurando de a poco las principales edificaciones que conforman el Centro Histórico y han devuelto prestancia al Valle de los Ingenios, región donde convivieron decenas de trapiches, herencia del esplendor azucarero.
Mas, el riesgo de asumir una modernidad mal entendida está latente, alerta la Historiadora de la ciudad. “A veces se ha mirado primero cómo agradar al visitante que preservar lo que uno tiene; y se ha transformado, por ejemplo, la estructura de una vivienda”. Por ello insiste siempre en una gestión adecuada del patrimonio.
“Manaca Iznaga también se está desdibujando; el camino que te lleva a la torre más icónica de Cuba no puede estar interrumpido por tendederas con tapetes, manteles y todo tipo de lencería, a pesar de todo el valor que estas artesanías poseen. Hay que repensar ese discurso lo antes posible”.
Trinidad es un don, bien lo dijo la doctora e investigadora Alicia García Santana, y es también una responsabilidad para quienes habitan esta ciudad inequívocamente viva, capaz de adaptarse, sin cargos de conciencia, a la posmodernidad y a las ínfulas cosmopolitas de la urbe.
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