No es casual el halo del cristianismo católico en la toponimia del nombre La Trinidad, ni que esta villa surgiera a inicios de 1514, cuando la conquista estaba en pleno apogeo, para iniciar un camino de 511 años que nadie podía saber cuán empedrado sería.
Trinidad pudiera asumirla Cienfuegos, pues tuvo su raíz allí, en la rivera del río Arimao, antes de que la trasladaran al lugar que ocupa hoy en territorio de Sancti Spíritus, quizás al final del propio año; aunque en ello hay tanta especulación como en lo que es seguro: que fue la tercera villa fundada en Cuba y que en su historia está su valía fundacional.
Esta ciudad fue importante para los grandes viajes de conquista de la América continental, aprovechando los frutos de la política del rey Fernando que dispuso el “ennoblecimiento de Trinidad”, que apostaba a su desarrollo; pues aquí se prepararon muchos de los futuros conquistadores y famosos “descubridores”.
Cuando el oro y los indios, puntales de la primera colonia, habían desaparecido casi por completo, por la codicia de una conquista implacable —no nos llamemos a engaño—, quedaron la tierra fértil y la necesidad de permanecer de algunos que iniciaron el largo camino, dolor y goce de por medio, para hacer imperecedera a esta tierra.
DE LO CRIOLLO A LO ESCLAVO
En Canarreo, que pertenecía a la primigenia Trinidad, fue donde el padre Bartolomé de las Casas quizás hizo su conversión de encomendero (dueño de indios) a justiciero de ellos.
Esta villa estuvo exhausta en ocasiones, como sucedió después de los principales viajes de conquista, o por su absoluta pobreza económica que obligaba a emigrar a su gente, lo que corroboró, por ejemplo, el obispo Diego Sarmiento en julio de 1544.
A pesar de ello y de todo lo que enfrentó —ciclones, desdichas, enfermedades, desavenencias, invasiones, ataques de piratas, amenazas de armadas poderosas—, sus pobladores se enquistaron al terruño, asumiendo un criollismo que durante siglos se reconfiguró una y otra vez para crear una base social indestructible.
En ese período se impuso una casta “superior” que define a los que no permiten que los avasallen ni le quiten impunemente lo que es auténticamente suyo, fruto de su trabajo y vida y cuya fuerza nace de la creencia de que por ello vale la pena dar la vida.
Una amenaza cierta era la de piratas y corsarios, esos delincuentes aupados por potencias que no querían ser ajenas al nuevo pastel colonial, que muchas veces atacaron y robaron a sangre y fuego lo que los criollos estaban levantando como casa propia, como en las invasiones de los piratas ingleses John Springer o Charles Gant.
A Trinidad la dejaron, junto a Sancti Spíritus y Remedios, fuera de la división que en 1607 separó a la isla de Cuba en dos gobiernos administrativos, de allí lo de las villas “excomulgadas” por olvido o necedad de un burócrata de antaño, cuando ya estaba ajena a la metrópoli y sobrevivía con el negocio lucrativo del comercio de rescate, nombre eufemístico para llamar al tráfico ilegal.
Se hace a sí misma importante en un vaivén de muchos años desde la expansión ganadera hasta el cultivo de la caña de azúcar, lo que le reportó por buen tiempo dividendos, aprovechando hasta la reexportación de azúcares a Santo Domingo y otras regiones.
Alcanza Trinidad su máxima potencia económica desde finales del siglo XVIII hasta mediados del XIX aproximadamente, a pesar de ser rehén de la estructura económica decadente, por naturaleza, del feudalismo español, que laceró sin remedio el avance que se alcanzaba en otros países de Europa con la apertura al capitalismo.
El azúcar fue trascendental en este proceso de enriquecimiento, sobre todo después que la Real Orden de 1778 estableció la libertad de comercio, que ya era un hecho constatable, lo que se complementó después con la introducción masiva de esclavos africanos, que determinó que en Trinidad la plantación esclavista alcanzara el cénit en tierras de Las Villas.
Ya para entonces, a la cultura patria del criollo trinitario pertenecían, además, el café, el tabaco y los frutos menores en la agricultura; pero igual la alfarería, los tejidos a mano y con guano, la arquitectura de avanzada, que conformaron sus puntales; sin demeritar las danzas y las canciones populares del territorio.
Es en este período que el patriciado trinitario resalta, para determinar en mucho el empuje habido en esta tierra hasta casi comenzada la Guerra de Independencia, cuando se impuso, junto a la riqueza imponente, la vida suntuosa, especulativa, con lujos en el vestir, los usos y la diversión, y también el crecimiento cultural, educativo, religioso, musical, artístico e identitario por naturaleza.
Las bases de esta villa, en tanto integración a la patria grande, van confluyendo en un proceso que también la engrandece, haciendo ver los rastros necesarios para considerarlas portadoras de lo mejor que conformó la nacionalidad imprescindible de lo cubano.
Hacer un recuento de toda la historia de lucha de los últimos 150 años y de personajes que hasta hoy han sido excepcionales —mil veces más los que han engrandecido a la Patria que los que la han echado a un lado por la ignominia— sería obra mayor y demasiado gigante para una síntesis.
Sí debemos apuntar que este territorio, en muchos momentos, fue escenario de combates definitivos realizados unos por naturales de aquí y otros por protagonistas ajenos, que se hicieron grandes o pequeños en su momento por ellos mismos, en tanto la región quedaba como ejemplar y triunfante escenario de cada epopeya.
TRINIDAD VIVE
Las bases culturales y sociales fueron y siguen siendo el sustento de lo que es hoy esta perla de Cuba, pues, aunque no pudo resistir en el tiempo ser unidad política administrativa de regiones más amplias, sí fue revistiendo la ciudad, desde lo viejo hasta lo nuevo, para erigirse con monumentos nacionales que la engalanan y ser declarada Patrimonio de la Humanidad, lo que tiene enorme valor al no resguardar la memoria de construcciones vacías e inmundas, sino de vidas enriquecedoras que se han hecho vitales y convertido en magníficas exponentes de lo trascendente.
La Trinidad fue casa de personalidades arrolladoras, que antes o después impusieron pautas en Cuba y el mundo y son muchas: Hernán Cortés hizo la preparación y el avituallamiento de su gran empresa, el barón de Humboldt descubrió allí mucho de la tierra y las personas, Narciso López planeó sus quiméricos expedientes para liberar a la isla de España o Plácido declamó sus mejores poemas; pero sobre todo allí siempre ha vivido gente sencilla, sin nombres de abolengo, que se resisten a no encontrarse con sus calles empedradas.
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