Trump: ¿En guerra contra el mundo?

A solo 23 días de su reasunción del cargo, Donald Trump se encuentra ya en el apogeo de su “guerra contra el mundo”, cumpliendo prácticamente todas sus promesas de campaña y aportando nuevas y descocadas iniciativas del tipo de las que permiten a muchos calificar su gestión de impredecible

Ilustración: Osval

Perdonen lectoras y lectores si les recuerdo que en estas mismas páginas nos referimos siete años atrás a las facilidades innatas del entonces 45 presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, para sembrar el caos en su país y en el planeta entero, porque esa “cualidad”, ya transcurrido más de un lustro y convertido en el mandatario número 47 de la superpotencia vecina, no ha hecho más que multiplicarse.

Tomando como referencia el discurso presidencial del 20 de enero pasado, plagado de exabruptos y amenazas contra amigos y enemigos; de diatribas, frases comunes y proyecciones disparatadas de la línea a seguir en política interna y externa, saltó a la vista desde aquel instante primigenio que, por desatinado que parezca, Trump está decidido a llevar a la práctica sus más festinados designios, sin importar cuanto dañen a otros, con tal de “hacer a la América —yanqui— grande de nuevo”.

Quizá si los cubanos estuviésemos geográficamente situados en África o Asia, o hasta en la Antártida, nos importaría menos lo que haga o deje de hacer este multimillonario cabello de zanahoria, pero el caso es que estamos bajo sus mismas narices y Cuba, por desgracia —como muestra de fatalismo geográfico— fue convertida en prioridad de la política interna estadounidense desde el triunfo mismo de la Revolución en enero de 1959.   

Sí, con toda lógica pareciera que ya bajo el agobio estrangulador que padecíamos en esta ínsula antillana en los meses previos a la irrupción de Trump, la vuelta al poder del extremismo fascista en USA pudiera constituir la condena definitiva para nuestro socialismo isleño, ello dista de ser cierto, porque, como en la naturaleza, del veneno de la propia serpiente suele proceder el antídoto contra la mortal ponzoña.

Trump prometió que el Golfo de México cambiará de nombre y se llamará Golfo de Estados Unidos. (Foto: Internet)

Veamos someramente un grupo de hechos y situaciones objetivas que están presentes y que existen independientemente de la voluntad y caprichos de Donald Trump, y otras que, como en la ley física de Acción y reacción, han sido provocadas por él y que, a medida que se acumulen, pueden dar al traste con todo su ¿proyecto? mediante la ley de la transformación de los eventos cuantitativos en cualitativos.    

Entre los citados “hechos” ajenos a la voluntad del pretendido “emperador”, figura que Estados Unidos no es más lo que fue hasta hace poco tiempo, porque la unión geopolítica entre Rusia y China y los avances económicos, tecnológicos y militares de esas dos superpotencias dejan en precaria paridad, e incluso en inferioridad estratégica, a la nación anglosajona.

Como vista previa a toda esta problemática, distingamos un dato relevante que los que se dedican a historiar sobre la II Guerra Mundial no dejan de tener en cuenta, y es atribuir entre las causas principales de la derrota del hitlerismo en aquella contienda, al error de Alemania de atacar a la URSS antes de someter a Inglaterra, lo que la llevó a tener que combatir en dos frentes contra enemigos que resultaron formidables.

Esta referencia nos lleva a que advirtamos que, aunque aquella vez se trató de una conflagración bélica, existen otros tipos de guerra que no se libran precisamente con las armas en la mano, sino con acciones y reacciones, donde la correlación de fuerzas decide en última instancia.     

Tengamos en cuenta esta frase corta: en dos frentes, porque lo cierto es que el antídoto contra Trump y su lunática proyección política y económica parece que saldrá de su propia facilidad para crearse enemigos que luego tendrá que combatir en solitario, y en muchos frentes porque serán numerosos y le responderán de múltiples maneras, de acuerdo con el reto a que se les somete. Ellos replicarán a cada acción trumpiana que los perjudique con una reacción equivalente e, incluso, mayor.

En primera instancia y a diferencia de su antecesor, Trump subestima olímpicamente a sus aliados —empezando por los de la OTAN—, relegándolos, despreciándolos, ignorándolos, haciéndoles ver que no le interesan un comino los designios geoestratégicos urdidos con su antecesor en la Casa Blanca en torno a la guerra en Ucrania y la conjura que ha pretendido entrampar y destruir a Rusia y que, en la práctica, no ha hecho más que fortalecerla. 

Automarginado de la realidad, Trump, ducho en temas económicos y experto en hacer dinero, es un neófito total en cuestiones geoestratégicas y por ello su visión hacia Europa prioriza ese factor y no pasa de ver en la Unión Europea a un fuerte competidor económico y no como Joe Biden, que potenció a la OTAN —alianza militar belicista al servicio de Washington— como su instrumento contra Rusia, mientras con cierta genialidad, arruinaba a la Unión Europea con ese propio conflicto y el tema de la energía.  

Por si fueran pocos los agravios a sus vasallos del Viejo Continente, el mandatario ha insistido en el tema para él recurrente de presionar a Dinamarca, un aliado de USA en la OTAN, para que le venda a Estados Unidos la gélida isla de Groenlandia, una posesión danesa ubicada en el Océano Atlántico entre América del Norte y Europa.   

Con tacto político propio del clásico elefante en una cristalería, Trump amenazó a Copenhague con lograr su propósito a base de aranceles y, llegado el momento, por medio de la fuerza. Como era de esperar, la pequeña nación báltica reaccionó con dureza llegando a advertir que invocaría el Artículo V de la OTAN en caso de agresión.

Los aranceles han sido esgrimidos como arma fundamental por el empresario-presidente y, en el caso de México, para lograr concesiones económicas, un combate más efectivo contra los carteles de la droga y, en especial, en el tema migratorio, siendo así que ya ha dado instrucciones para continuar la construcción del muro fronterizo entre los dos países, todo lo que suscitó la intervención de la presidenta Claudia Sheinbaum, quien advirtió que adoptaría una respuesta equiparable a cada medida lesiva a los intereses y la soberanía de su nación.

Cuando el ambiente ya estaba caldeado además por la ridícula pretensión de Trump de cambiarle el nombre al Golfo de México por el de Golfo de América, rechazada prácticamente a nivel planetario, se aparece el grotesco personaje con la acción inconsulta de devolver a sus países de origen, entre ellos México, Colombia, Panamá, Brasil y otros de la región, a inmigrantes indocumentados a bordo de aviones estadounidenses.

La llegada a Brasil y Colombia de algunos de estos vuelos, llenos de personas esposadas de pies y manos fue rechazada de manera tajante por los gobiernos de esos países y las aeronaves obligadas a regresar a su lugar de origen. Los presidentes Lula y Petro emitieron fuertes declaraciones de condena y obligaron a su contraparte estadounidense a negociar un regreso menos traumático para sus ciudadanos.   

Y en esta exposición aleatoria de ejemplos variados de la agresividad contraproducente de Donald Trump, ¿dónde dejar el exabrupto que representa su amenaza de retomar por la fuerza el Canal de Panamá?

Con el pretexto de que —bajo el telón— en realidad lo controlan los chinos en violación de las cláusulas del Tratado Torrijos-Carter, y que ello afecta la seguridad nacional de Los Estados Unidos, el dignatario naranja chantajeó al presidente Mulino, quien cedió en un principio, pero fue obligado por la violenta reacción popular a declarar que no era cierto que Panamá hubiese accedido a permitir el cruce gratuito del Canal a los mercantes norteamericanos.

Una investigación pertinente demostró que la acusación resulta totalmente infundada, toda vez que anualmente atraviesan esa vía interoceánica algo más de 60 millones de toneladas de productos procedentes de China, y que en el caso estadounidense la cifra supera los 200 millones.  

Como podemos apreciar, a solo 23 días de su reasunción del cargo, Donald Trump se encuentra ya en el apogeo de su “guerra contra el mundo”, cumpliendo prácticamente todas sus promesas de campaña y aportando nuevas y descocadas iniciativas del tipo de las que permiten a muchos calificar su gestión de impredecible.

Para bien o para mal, hay dos cosas que, si se pueden predecir con mayor o menor exactitud, y son: primero, que al paso que va será difícil que Trump logre terminar este mandato; y segundo, que el motivo puede ser cada vez con mayor inminencia el magnicidio, pues este político molesto para las élites de su país —el llamado Estado profundo— está afectando intereses muy poderosos dentro y fuera de “América”, como gusta decir.

Recordemos que, por mucho menos que eso sacaron “democráticamente” del poder a John F. Kennedy el 22 de noviembre de 1963, en Dallas, Texas.

Pastor Guzmán

Texto de Pastor Guzmán
Fundador del periódico Escambray. Máster en Estudios Sociales. Especializado en temas históricos e internacionales.

Comentario

  1. En el cuatrienio anterior bajo la presidencia de Trump el mundo no tuvo ningún conflicto bélico, se respiró paz y armonía. Regresa Trump al poder y se encuentra que bajo el mandato de Biden se ha originado una guerra entre Rusia y Ucrania, otra entre Israel y Hamas-Hezbollah, los huties haciendo y deshaciendo, el ELN envalentonado y muchos otros en ebullición, sin contar los más deshaciendo 10 millones q han entrado ilegalmente a USA provocando un aumento considerable de la delincuencia, crimen y contrabando de drogas, entonces le toca a Trump regresar a USA y al mundo a planos estelares haciendo todo lo q sea necesario hacer pero sin disparar un tiro como solo Trump lo sabe hacer

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