¿Una agencia de espionaje mambisa? (+fotos)

Por orientaciones de José Martí y Máximo Gómez, surgió en La Habana la Agencia General Revolucionaria de Comunicaciones y Auxilios, con un papel relevante en la Guerra del 95, iniciada hace 130 años este 24 de febrero

Pons y Naranjo se desempeñó al frente de la Agencia General Revolucionaria de Comunicación y Auxilios.

El pitazo del vapor Athos anunciaba la pronta partida del buque. Vestido con chaqueta negra, pantalón claro y sombrero de castor, el más cubano de los cubanos, José Martí, subió de uno en uno los escalones de madera. Raro en él. En tierra, solía hacerlo de dos en dos ante cuanta escalera debía vencer. Apenas colocó los pies sobre cubierta, miró hacia el muelle neoyorquino, que había pisado más de una vez con aquellos borceguíes, también negros, en los andares organizativos de la Guerra Necesaria.

Último pitazo del vapor; último adiós del Héroe Nacional a Estados Unidos. Se aleja el Athos del muelle, del puerto, del gélido enero de 1895 de Nueva York. Martí deja atrás la delación, causante del naufragio del Plan de Fernandina ese propio mes; el patriota se lleva, además, el abrazo cálido del doctor Ramón L. Miranda, en cuya casa el Maestro halló refugio seguro para evadir el asedio del espionaje español y estadounidense, después del fracaso de este proyecto insurreccional.

Porque el Apóstol solo pensaba en Cuba, antes de la salida hacia República Dominicana, redactó la nueva orden de alzamiento, dirigida a Juan Gualberto Gómez, representante del Partido Revolucionario Cubano (PRC) en la isla. Mientras tanto, en Montecristi permanecía el Generalísimo Máximo Gómez.

El santaclareño José Pons y Naranjo mostró una fecunda labor investigativa contra la metrópoli española.

El dominicano y Martí habían orientado la creación de la Agencia General Revolucionaria, de Comunicaciones y Auxilios (AGRCA), nacida en La Habana el 5 de enero de 1895, una de las instituciones de su clase constituidas durante la epopeya libertaria.

Previo al abordaje del Athos, Martí sacó tiempo y le escribió una carta, fechada el 31 de enero en Nueva York, a José Pons y Naranjo, presidente de este órgano de espionaje y contraespionaje, el más relevante de su tipo que operó contra las fuerzas colonialistas durante las tres contiendas independentistas.

“Al fin felicito a Vd. por la fundación de la Agencia General Revolucionaria en esa ciudad —le asevera el Maestro—. Vuestra obra de organización ha quedado perfecta de San Antonio a Maisí. ¡Cuánto trabaja Vd. cuánto aún nos queda por hacer!”.

MAMBISES DEL SILENCIO

Cuando pasadas las siete de la noche del 5 de enero de 1895, José Pons y Naranjo despidió al último de los participantes en aquella reunión de conspiradores, en la puerta de su casa, sita en Crespo, No. 27, no sospechaba la contribución que tendría la agencia a la épica emancipadora cubana.

Pocos investigadores han explorado en el actuar de la AGRCA como lo ha hecho el historiador Raúl Rodríguez La O, autor de Los escudos invisibles. Un Martí desconocido, cuyo capítulo final lo dedica a profundizar en el quehacer del santaclareño Pons y Naranjo (agente general Luis) y de la agencia, “una verdadera institución de espionaje”, como la calificó dicho estudioso.

Con los ojos más que abiertos y los oídos, capaces de escuchar hasta el sonido de una aguja al caer, los integrantes de la AGRCA podían encontrarse en cualquier punto de la geografía nacional, léanse, unidades de correos, puertos, estaciones de ferrocarriles. Los agentes secretos de la Inteligencia mambisa estaban atentos al movimiento de tropas españolas y a cualquier otra operación enemiga.

Según destaca Rodríguez La O, también asumen el trasiego de armas, municiones, medicamentos, comida y avituallamientos diversos para las huestes insurrectas.

Martí elogió la labor independentista de Pons y Naranjo.

La AGRCA y su agente general Luis recibían indicaciones de la Delegación del PRC desde el exterior y eran atendidos por el Cuartel General del Ejército Libertador y, de forma directa, por Máximo  Gómez, señala Raúl Rodríguez.

La historiografía recoge que esta institución de espionaje penetró no solo las filas peninsulares, sino, además, la representación diplomática de Estados Unidos en el país antillano; en específico, al cónsul general Fihzhugh Lee, al vicecónsul José A. Springer y al hermano de este último, Santiago Springer, agente consular en Cárdenas, Matanzas. En persona, Pons y Naranjo informaba a Máximo Gómez sobre las actividades de estos funcionarios estadounidenses; desempeño conspirativo que nunca resultó descubierto.

MISIÓN Y GRATITUD

En noviembre de 1897, Gómez le encomendó, al agente Luis, la misión de facilitarle la salida de Cuba, con destino a Estados Unidos, al coronel del Ejército Libertador Fernando Méndez Miranda, portador de una voluminosa correspondencia, enviada a la dirigencia del PRC.

Cuando recibió la misión, el presidente de la AGRCA se hallaba en campo mambí, exactamente en el Cuartel General; donde conoció a Fernando Méndez. A mediados de diciembre, inició la operación clandestina.

“El señor Pons cumplió fidelísimamente el mandato, conduciéndome con extraordinaria habilidad por entre lugares ocupados por tropas españolas y sorteando cautelosamente el alcance de los fuegos de los fuertes enemigos hasta llevarme hasta la población misma de Caibarién”, relató de puño y letra el coronel mambí.

Ya en la ciudad villareña y para quitarse toda pinta de insurrecto, Méndez Miranda se afeitó, primero, y después, lo pelaron al rape. El 19 de diciembre, María Escobar, la agente Vencedor, lo acogió en su casa y preparó su viaje, a través del ferrocarril, a La Habana.

En la capital, José Pons aguardó por el coronel mambí, quien embarcó días después hacia la nación norteña.

Aparecido en Los escudos invisibles…, este constituye apenas un ejemplo de las tantas misiones orientadas a la AGRCA por el General en Jefe del Ejército Libertador, Máximo Gómez, quien aquilató siempre las funciones de estos agentes secretos.

El reconocimiento se tornó explícito en carta remitida al agente Luis el 21 de febrero de 1896 y, mediante la cual, les hace saber a los miembros de la agencia su “más espontánea felicitación por los grandes y arriesgadísimos servicios que están ustedes prestando (…).

“Las comunicaciones, seguras y fáciles que tiene esa Agencia, con los distintos cuerpos de nuestro ejército, es motivo de constante admiración y lo será de eterna gratitud de todos los cubanos amantes de la Independencia de Cuba”, escribió Gómez.

El 24 de febrero de 1895 se reinició la lucha por la independencia de la isla.

LEALTAD A PRUEBA

Concluida la Guerra del 95, los yanquis caminaban por La Habana como si estuvieran en Manhattan. La intervención estadounidense en la contienda hispano-cubana devino golpe maestro para secuestrar nuestra independencia.

Desafortunadamente, no todos los cubanos valoraron con acierto las reales pretensiones del Gobierno de Estados Unidos. La Asamblea de Representantes del Cerro echó pie en tierra para que Máximo Gómez respaldara sus gestiones de obtener un préstamo de las arcas norteamericanas, ascendente a 20 millones de dólares, con miras a destinarlo al licenciamiento de los integrantes del Ejército Libertador.

El Generalísimo vio más allá que sus coterráneos. Apoyar aquella solicitud equivaldría, en la práctica, a darle a Washington las llaves del país. La Asamblea no toleró la actitud del añoso guerrero y lo destituyó de su cargo de General en Jefe del Ejército Libertador el 11 de marzo de 1899.

A  saber de este acuerdo, Pons y Naranjo convocó urgentemente a los miembros de la AGRCA a una reunión en su casa habanera, ubicada en Águila No. 34, y allí decidieron celebrar una manifestación de respaldo al Generalísimo con la participación del pueblo de la capital; llamado extendido al resto de la isla.

A pedido de la agencia, el Gobernador Civil de La Habana autorizó la protesta, que tuvo como epicentro la Quinta de los Molinos, lugar de residencia del jefe mambí.

Quizás, de regreso a casa y en la noche, el agente general Luis o, simplemente, José Pons y Naranjo, tomó de nuevo entre sus manos aquella carta que le envió Martí, cuando el Maestro estaba a punto de subir al vapor Athos, mientras el invierno se adueñaba de Nueva York: “La libertad viene hacia nosotros, la veo, la palpo”.

Último pitazo del vapor; último adiós del Héroe Nacional a Estados Unidos. Se aleja el Athos del muelle, del puerto, del gélido enero de 1895 de Nueva York. Martí deja atrás la delación, causante del naufragio del Plan de Fernandina ese propio mes; el patriota se lleva, además, el abrazo cálido del doctor Ramón L. Miranda, en cuya casa el Maestro halló refugio seguro para evadir el asedio del espionaje español y estadounidense, después del fracaso de este proyecto insurreccional.

Porque el Apóstol solo pensaba en Cuba, antes de la salida hacia República Dominicana, redactó la nueva orden de alzamiento, dirigida a Juan Gualberto Gómez, representante del Partido Revolucionario Cubano (PRC) en la isla. Mientras tanto, en Montecristi permanecía el Generalísimo Máximo Gómez.

El dominicano y Martí habían orientado la creación de la Agencia General Revolucionaria, de Comunicaciones y Auxilios (AGRCA), nacida en La Habana el 5 de enero de 1895, una de las instituciones de su clase constituidas durante la epopeya libertaria.

Previo al abordaje del Athos, Martí sacó tiempo y le escribió una carta, fechada el 31 de enero en Nueva York, a José Pons y Naranjo, presidente de este órgano de espionaje y contraespionaje, el más relevante de su tipo que operó contra las fuerzas colonialistas durante las tres contiendas independentistas.

“Al fin felicito a Vd. por la fundación de la Agencia General Revolucionaria en esa ciudad —le asevera el Maestro—. Vuestra obra de organización ha quedado perfecta de San Antonio a Maisí. ¡Cuánto trabaja Vd. cuánto aún nos queda por hacer!”.

MAMBISES DEL SILENCIO

Cuando pasadas las siete de la noche del 5 de enero de 1895, José Pons y Naranjo despidió al último de los participantes en aquella reunión de conspiradores, en la puerta de su casa, sita en Crespo, No. 27, no sospechaba la contribución que tendría la agencia a la épica emancipadora cubana.

Pocos investigadores han explorado en el actuar de la AGRCA como lo ha hecho el historiador Raúl Rodríguez La O, autor de Los escudos invisibles. Un Martí desconocido, cuyo capítulo final lo dedica a profundizar en el quehacer del santaclareño Pons y Naranjo (agente general Luis) y de la agencia, “una verdadera institución de espionaje”, como la calificó dicho estudioso.

Con los ojos más que abiertos y los oídos, capaces de escuchar hasta el sonido de una aguja al caer, los integrantes de la AGRCA podían encontrarse en cualquier punto de la geografía nacional, léanse, unidades de correos, puertos, estaciones de ferrocarriles. Los agentes secretos de la Inteligencia mambisa estaban atentos al movimiento de tropas españolas y a cualquier otra operación enemiga.

Según destaca Rodríguez La O, también asumen el trasiego de armas, municiones, medicamentos, comida y avituallamientos diversos para las huestes insurrectas.

La AGRCA y su agente general Luis recibían indicaciones de la Delegación del PRC desde el exterior y eran atendidos por el Cuartel General del Ejército Libertador y, de forma directa, por Máximo  Gómez, señala Raúl Rodríguez.

La historiografía recoge que esta institución de espionaje penetró no solo las filas peninsulares, sino, además, la representación diplomática de Estados Unidos en el país antillano; en específico, al cónsul general Fihzhugh Lee, al vicecónsul José A. Springer y al hermano de este último, Santiago Springer, agente consular en Cárdenas, Matanzas. En persona, Pons y Naranjo informaba a Máximo Gómez sobre las actividades de estos funcionarios estadounidenses; desempeño conspirativo que nunca resultó descubierto.

MISIÓN Y GRATITUD

En noviembre de 1897, Gómez le encomendó, al agente Luis, la misión de facilitarle la salida de Cuba, con destino a Estados Unidos, al coronel del Ejército Libertador Fernando Méndez Miranda, portador de una voluminosa correspondencia, enviada a la dirigencia del PRC.

Cuando recibió la misión, el presidente de la AGRCA se hallaba en campo mambí, exactamente en el Cuartel General; donde conoció a Fernando Méndez. A mediados de diciembre, inició la operación clandestina.

“El señor Pons cumplió fidelísimamente el mandato, conduciéndome con extraordinaria habilidad por entre lugares ocupados por tropas españolas y sorteando cautelosamente el alcance de los fuegos de los fuertes enemigos hasta llevarme hasta la población misma de Caibarién”, relató de puño y letra el coronel mambí.

Ya en la ciudad villareña y para quitarse toda pinta de insurrecto, Méndez Miranda se afeitó, primero, y después, lo pelaron al rape. El 19 de diciembre, María Escobar, la agente Vencedor, lo acogió en su casa y preparó su viaje, a través del ferrocarril, a La Habana.

En la capital, José Pons aguardó por el coronel mambí, quien embarcó días después hacia la nación norteña.

Aparecido en Los escudos invisibles…, este constituye apenas un ejemplo de las tantas misiones orientadas a la AGRCA por el General en Jefe del Ejército Libertador, Máximo Gómez, quien aquilató siempre las funciones de estos agentes secretos.

El reconocimiento se tornó explícito en carta remitida al agente Luis el 21 de febrero de 1896 y, mediante la cual, les hace saber a los miembros de la agencia su “más espontánea felicitación por los grandes y arriesgadísimos servicios que están ustedes prestando (…).

“Las comunicaciones, seguras y fáciles que tiene esa Agencia, con los distintos cuerpos de nuestro ejército, es motivo de constante admiración y lo será de eterna gratitud de todos los cubanos amantes de la Independencia de Cuba”, escribió Gómez.

LEALTAD A PRUEBA

Concluida la Guerra del 95, los yanquis caminaban por La Habana como si estuvieran en Manhattan. La intervención estadounidense en la contienda hispano-cubana devino golpe maestro para secuestrar nuestra independencia.

Desafortunadamente, no todos los cubanos valoraron con acierto las reales pretensiones del Gobierno de Estados   Unidos. La Asamblea de Representantes del Cerro echó pie en tierra para que Máximo Gómez respaldara sus gestiones de obtener un préstamo de las arcas norteamericanas, ascendente a 20 millones de dólares, con miras a destinarlo al licenciamiento de los integrantes del Ejército Libertador.

El Generalísimo vio más allá que sus coterráneos. Apoyar aquella solicitud equivaldría, en la práctica, a darle a Washington las llaves del país. La Asamblea no toleró la actitud del añoso guerrero y lo destituyó de su cargo de General en Jefe del Ejército Libertador el 11 de marzo de 1899.

Al saber de este acuerdo, Pons y Naranjo convocó urgentemente a los miembros de la AGRCA a una reunión en su casa habanera, ubicada en Águila No. 34, y allí decidieron celebrar una manifestación de respaldo al Generalísimo con la participación del pueblo de la capital; llamado extendido al resto de la isla.

A pedido de la agencia, el Gobernador Civil de La Habana autorizó la protesta, que tuvo como epicentro la Quinta de los Molinos, lugar de residencia del jefe mambí.

Quizás, de regreso a casa y en la noche, el agente general Luis o, simplemente, José Pons y Naranjo, tomó de nuevo entre sus manos aquella carta que le envió Martí, cuando el Maestro estaba a punto de subir al vapor Athos, mientras el invierno se adueñaba de Nueva York: “La libertad viene hacia nosotros, la veo, la palpo”.

Enrique Ojito

Texto de Enrique Ojito
Premio Nacional de Periodismo José Martí, por la obra de la vida (2020). Máster en Ciencias de la Comunicación. Ganador de los más importantes concursos periodísticos del país.

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