Todavía se olía la metralla en los aeropuertos bombardeados el 15 de abril de 1961 y no se apagaba el dolor que provocaba la muerte de compatriotas; mucho menos cedía el rechazo popular a tales ataques. El peligro de una invasión mercenaria era inminente. En todo el archipiélago nacional estaban desplegadas medidas para la defensa del territorio cubano. El desembarco se produjo el día 17, al sur de Matanzas, por Playa Girón.
La Isla de Pinos —hoy Isla de la Juventud—, era parte del suelo que Cuba apostó por defender ante cualquier agresión. En la costa norte, cerca del litoral, por la zona del Presidio Modelo, estaba fondeado el patrullero-escolta Baire, un buque de guerra construido a inicios de ese siglo, que tras el triunfo de la Revolución había sido incorporado a la Marina de Guerra Revolucionaria; también una de las naves encargadas de custodiar la zona, aun cuando la embarcación estaba en malas condiciones técnicas.
En el contexto de la invasión mercenaria por Playa Girón, el Baire fue ametrallado por dos aviones B-26 al servicio de Estados Unidos, enmascarados con las insignias de la fuerza aérea cubana, lo que en un primer momento creó confusión en la tripulación.
En reportes de la prensa pinera, que ha relatado el suceso varias veces, se hace notar que la dotación del patrullero-escolta ripostó con valor el sorpresivo ataque, aunque la embarcación fue abatida por la metralla y quedó inutilizada. Como consecuencia del bombardeo a la fragata cayeron los jóvenes marineros Juan Alarcón Rodríguez y Armando Ramos Velazco; además, ocho tripulantes resultaron heridos.
Los relatos publicados en el periódico pinero Victoria ubican el ataque al Baire al amanecer del 17 de abril, lo consideran entre las acciones conjuntas del desembarco y describen otros rasgos de la incursión enemiga: “Ante la imposibilidad de descargar su mortífera carga en las zonas de Playa Girón y Playa Larga, intentó hacerlo en Los Canarreos cuando retornaban a sus bases en Centroamérica”.
No solo el patrullero-escolta defendía el suelo pinero de los invasores. Desde tierra otros combatientes también hicieron frente al ametrallamiento del Baire y rechazaron con cerrado fuego antiaéreo la incursión enemiga.
En aquel entonces, Isael Fontela Montero era joven, estaba recién incorporado a una escuela de reclutas de la región occidental del país. Como parte de una columna especial de combate fue trasladado para Isla de Pinos a finales de 1960, integrando las dotaciones de la artillería antiaérea que se posicionaron en la serranía pinera, cerca de la costa; allí fungía como alimentador de la pieza de artillería número uno.

“Desde la altura donde estaban las piezas de artillería veíamos la fragata Baire, ya no tenía mucha movilidad, pero hacía funciones de guardacostas”, recuerda el combatiente espirituano Fontela Montero, hoy jubilado de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, quien cada mes de abril revive los días de Girón, en particular, lo ocurrido en Isla de Pinos alrededor del ataque a la fragata Baire, un hecho poco conocido en Sancti Spíritus.
“Siempre he pensado que con el ametrallamiento del Baire lo que pretendía el enemigo era reducir la capacidad de fuego, la defensa de la Isla, hasta estimular una posible sublevación de los prisioneros de la dictadura de Batista que fueron recluidos en el Presidio Modelo, todo eso podía contar en los planes de los agresores”, relata a Escambray el combatiente.
“Por la zona llegaron en esos días algunas personas preguntando que si aquello era México, se pensó enseguida que fueran mercenarios y se detuvieron; como teníamos mucha visibilidad, observamos como unos tanques de gasolina explotando en el mar, pensábamos que se intentaba marcar algo; nosotros colaboramos mucho con la observación desde aquellas posiciones”, añade.

Fontela Montero llevaba casi cuatro meses en aquel lomerío de Isla de Pinos; sin esperarlo, se ve enrolado en un hecho que lo marcó para siempre. “Aquel día todavía era medio oscuro cuando oímos el ruido de los aviones, el ametrallamiento; vimos que le estaban tirando a la fragata y la parte del mástil estaba ya echando candela…
“Enseguida el jefe del pelotón agarra el teléfono de manigueta y empieza a llamar al mando; llamaba y llamaba…; entonces, me viro para la gente de mi pieza y le digo: ‘están tirándole a la gente de nosotros…, yo mismo grité: ¡fuego! Sin nadie mandarnos tomamos la decisión de tirarle a los aviones, apoyar a los marineros del Baire que se estaban defendiendo”, describe.
Al decir del artillero, aquella incursión aérea no demoró mucho, tiraba un avión primero, el otro ametrallaba después. “A nuestras posiciones no dispararon, aunque uno nos giró delante, yo hasta me descolgué el fusil para si era necesario disparar más cerca, pero se enfiló hacia la fragata otra vez…
“El tiro que hicimos era casi horizontal por la altura de nuestra posición y la altura que tomaban los aviones para el bombardeo. Uno de los aviones fue impactado, no sé si por el fuego de las piezas de artillería o de la propia fragata, que indudablemente había sido dañada, se veía mucha candela en la embarcación. Desde donde estábamos, vimos el avión echando humo negro, clara señal de que fue alcanzado por algún proyectil; entonces, giró al este y se fue por ese rumbo hacia el sur de Matanzas. Se quedó uno solo, pero enseguida se fue también y terminó aquello.
“Te puedo decir —rememora— que en ese poco tiempo que duró el ataque a la fragata no dejamos ni un minuto de disparar a los aviones. La pieza mía, que era la de mayor capacidad de fuego, tiró 240 proyectiles. Nunca se me olvidará eso. Hasta incrusté esa cifra con la punta de un pico en una roca de mármol que había por allí”.
Nota: Escambray agradece la colaboración del periódico Victoria para la elaboración de este trabajo
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