Hector Broche Cuellar, uno de los arrieros al servicio de la columna no. 8, comandada por el Che, también fue protagonista de la Lucha Contra Bandidos en el Escambray espirituano
La serranía siempre ha sido su mundo, que se complementa con esa rara atracción que sobre él ejerce un arria. Cuando el Comandante Ernesto Che Guevara llegó al Escambray fomentense, Héctor Broche Cuéllar era muy joven y no sabía hacer otra cosa que andar con sus mulos entre riscos y farallones, en lucha constante para vencer la terquedad del bruto cuando la cosa iba cuesta arriba.
La franqueza lo arrastra a contar, sin exageraciones, de sus andanzas por aquellos montes, primero con las tropas del Segundo Frente, del Directorio Revolucionario, y después de la Columna No. 8, «… y con todo el que iba a buscarme.»
Por aquella época tenía 21 años y era un guajiro analfabeto al que lo único que le importaba era tumbar a Batista, para terminar de una vez y por todas con tanto terrateniente rico y campesinos sin ningún derecho.
«Yo nunca conversé con el Che, claro, lo vi varias veces, pero pa’ los hombres de la loma como otros arrieros tiraba de todo, comida, medicamentos y cualquier tipo de avituallamiento, siempre con los ‘casquitos’ pisándonos los talones. Les pasábamos cargados bien de cerca, aunque debíamos respetar la máxima del jefe de la Columna: primero estaba la vida. Ya después que él estableció la Comandancia, podías andar de noche que los guardias no se atrevían a entrar. Aquello era ya territorio libre.»
Con sus cinco mulas y desandando caminos, a Broche no se le hizo difícil seguir en el oficio, y ciego para el peligro, enfrentó cercos y emboscadas durante el lustro de Lucha Contra Bandidos en la zona. La costumbre lo acercó a la osadía y sin alardear de guapo, no le asustaban ni los aviones.
«Dondequiera que hubo un cerco o un peine allí estaba yo, siempre como arriero, cargando mercancías».
«Ni siquiera me daba cuenta del peligro, y lo había. Con la poca experiencia que yo tenía, no lo pensaba para meterme en lugares de riesgo. Hay situaciones difíciles. Cuando tarde en la noche debías llevarle comida a la tropa, cualquiera te cogía sin saber de cuál bando estabas.
«Mucho después, comprendí que siempre había estado en peligro.. Si hoy me dicen que hay guerra, me voy directamente al frente y no de arriero. Como experiencia me quedó que, este tipo de frente es de los más duros, porque tropiezas con todo el mundo, el bueno, el malo y el regular; a uno le das coba, a otros le tienes que tirar la guapa, eso es si quieres salvar el pellejo.»
Para Broche, hace mucho tiempo que las noches de la serranía son más claras que cuando tenía 14 años y no le alcanzaba el tamaño ni las fuerzas para subir los sacos a los animales. «Pero hay algo que es increíble, aunque fui arriero hasta 1971, el oficio todavía me atrae. Fíjate que todavía veo un arria de mulas y me paro a mirarlas hasta que se pierden.»