«No puedo, mi buena muerte, decir nada a tu favor«. Eliseo Diego
Es 25 de junio de 2020 y un violín anda por las faldas de la loma de La Quinta, en el histórico poblado de Arroyo Blanco, mientras que su corpóreo acorde se colma de historias. Allí, en casa de Don Esteban, él vuelve a tocar su bandolina y Virgilio su violín, se escucha la parranda con el punto nacido a fines del siglo XIX; mientras tanto, los niños vuelven a alzarse en puntillas de pies bajo las ventanas, ríen y se agolpan para recrearse en el escenario donde admiran a sus paradigmas… y ese curioso empeño vuelve a propiciar a muchos la herencia de ser parranderos.
Una vez, un niño que lo hizo también fue Rubén Sánchez Calderón, hijo de Julio Sánchez y sobrino nieto del prócer espirituano Mayor General Serafín Sánchez Valdivia. La genética fue participada por partida doble al ser nieto paterno de Esteban Sánchez y materno de América Sánchez, hermanos del mambí e integrantes de aquella familia de patriotas que también parió el punto cubano más antiguo de la isla.
En aquel poblado durante las guerras libertarias desandado por infinitud de españoles, se recuerda cada año el toque de la Diana Mambisa que por tradición traía a la memoria el despertar de sus tropas. Ya en tiempos de quietud, un jinete tocaba su instrumento de viento en cada boca calle para despertar a los pobladores al amanecer del 19 de marzo y así dar inicio el festejo popular San José de Arroyo Blanco. ¡Entonces continuaba la parranda campesina! Hace más de 20 años, en torno a estas fiestas populares se insertó el otrora Encuentro Regional de Parrandas Campesinas. En uno de esos encuentros, abracé a Rubén cuando quiso invitarme a una cerveza. Me contó entonces lo mismo que a muchos: de cómo hizo un arco con pelos de rabo de una yegua para el violín que él mismo fabricara siendo carpintero. Luego me contó sobre aquel Stradivarius que tuvo en sus manos un día y se extravió en la multitud durante una de aquellas fiestas. Mencionó también a Virgilo, el único que tuvo escuela de música y quien quedó sorprendido el día que lo escuchó tocar su violín. Pero a Rubén, años después, le llegó la artrosis y creyó morir de tristeza.
Lo salvó de esa congoja su memoria. Narró sobre el día en que Pancho Amat, al salir la parranda de un habanero teatro, los llamó para mostrarle a otro músico la maravilla que con todas las cuerdas hacía la parranda. O cuando estuvo allí El Benny, o en La Habana nuevamente, en los 80 del pasado siglo, Raúl Ferrer y Naborí alternaron sus décimas con su punto de parranda campesina, o cuando Marcial Benítez improvisaba junto a ellos compartiendo …qué le pasa a la botella,/ que la veo en un rincón,/ será que no tiene ron/ o nadie se acuerda de ella…. O cuando en un hilillo de memoria sonríe con picardía para hablar de la afinación del punteado en Re o el rayado en Do para alabar las cuerdas treceras de su punto inigualable.
Y volví a abrazar a Rubén en el 2017, en el contexto de las celebraciones por el Día de la Cultura Cubana. La Parranda Típica de Arroyo Blanco Los Sánchez recibió el Premio Memoria Viva que cada año entrega en su encomiable labor el InstitutoCubano de Investigación Cultural JuanMarinello. Este premio es otorgado con carácter nacional y anual a personalidades, agrupaciones artísticas, proyectos, investigaciones e instituciones y a ellos correspondió la categoría de preservación de las tradiciones culturales del país.
El espirituano proyecto sociocultural y comunitario Toda luz y toda mía fue el escenario para la entrega oficial del citado premio. Allí tuvimos a Rubén y las décimas de homenaje florecieron desde las improvisaciones de poetas del patio y foráneos que acompañaron el agasajo junto a la parranda premiada. Él, con su cívica en arraigo, con dificultad se puso de pie en respetuoso agradecimiento hacia los improvisadores. Y aquella tristeza la llevaba a dormir nuevamente contando sus anécdotas juveniles y las novias que tuvo. Porque la mujer siempre estuvo haciendo ronda en sus emociones. Incluso estando ya nonagenario en el asilo, el piropo estuvo siempre, el galanteo que formó parte de su vida. Y aquel dulce regalo a lo femenino lo llevó a la fatal caída que fragmentó su cadera. Y llegó la recuperación, pero su EPOC de asmático, días después le jugó una mala pasada.
Entonces… las palmas reales del cielo/ le dan cobija a la tierra/ y cada sombra se aferra/ al verde envuelto en pañuelo./ Se enjutó el llanto un desvelo/ que sonríe en ovación./ Comparte el trago de ron,/ ya está junto a Serafín/ para tocar su violín/ Rubén Sánchez Calderón. Y está junto a sus veteranos de guerra, a los que protegen el sagrario de los fundadores de la nación cubana. Una vez allí, recuerda las noches con sus días de interminables parrandas iniciadas el día del cumpleaños de Don Esteban y seguían de casa en casa picando quesos criollos, apuñalando lechones y descorchando botellas. Rubén se abraza a los mambises y parranderos de su comarca. Trae a su memoria a aquellas mujeres cantadoras con quien sonríe de nuevo… son sus hermanas, tal vez Isora, considerada una de las mejores voces de la parranda; o Cenia; o su prima Sonia, Sánchez todas, quienes lo reciben allí donde él acaba de llegar. Tal vez conversen reunidos sobre la finísima Mirtha que nos acompaña, otra hermana cantadora que continúa en aquel poblado de Arroyo Blanco, o sobre otros Sánchez que aún desandan sus viejas calles que en otro siglo trazara el padre de Serafín. O aplauden a Chichí, (Nauri Sánchez Osorio), otro fundador de la parranda, también anciano, ya retirado de la música tras la pérdida de su audición. En las faldas de la misma Loma de La Quinta todavía respira Chichí. Allí, unos cuantos mambises de su ascendencia, parranderos anteriores, observan cómo su tremenda humildad acaricia su bongó reaparecido, a la cobija de la sombra madrugadora del álamo histórico. ¡Como histórico son todos los rincones de Arroyo Blanco! Esa comunidad está de parranda. Y no solo por el Tesoro Vivo que nombró el Centro Provincial de Casas de Cultura. En las faldas de La Quinta, todo el poblado y Montes Grandes, todos, en el cielo y en su tierra están parrandeando.
*La autora es escritora y promotora cultural, miembro de la Uneac.
Nota de la autora: Agradezco a Lourdes Méndez Vargas, historiadora de Arroyo Blanco, por haberme hecho llegar la noticia de la partida de Rubén. De lo contrario, no existirían estos apuntes. A Maité, hija de Mirtha y sobrina de Rubén, por sus anécdotas familiares.
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